Capítulo 2: Los tres ALPHAS

El terciopelo rojo de la cortina se cerró tras él, como si acabara de cruzar un umbral sin retorno. Martín tenía el collar negro en la mano. Lo sostuvo con un temblor en los dedos que no era miedo, sino una mezcla de deseo y vértigo. Se lo llevó al cuello y lo abrochó con lentitud, como si cada clic de la hebilla sellara un pacto con algo más profundo que él mismo.

No sabía dónde se adentraba, no sabía si estaba o no preparado, pero algo le decía que necesitaba adentrarse y experimentar sea lo que hubiera allí dentro. 

Inmediatamente, una luz se encendió sobre él, suave, cálida, como un foco teatral. El mismo hombre enmascarado que lo había recibido apareció al fondo de la sala y se acercó sin hacer ruido. Le hizo una reverencia sutil y habló por primera vez, con una voz grave y limpia:

—Bienvenido a La Llave. Hoy serás presentado como sumiso —dijo viendo el collar escogido—. Y a partir de ahora, este será siempre tu rol. Aquí comienzas tu entrenamiento. Las reglas para ti son sencillas: podrás interactuar con quien quieras, sea sumiso o Amo. Los Amos que quieran usarte, te lo propondrán, y tu podrás decidir si quieres ser su sumiso o no. Sin embargo, ten en cuenta que solo podrás negarte a ser el sumiso de un Amo hasta en dos ocasiones. Si has dicho que no a dos Amos, el tercero al que te lo proponga estarás obligado a servirle sí o sí. De lo contrario, serás expulsado. Un mismo no podrá solicitarte una segunda vez, si la primera ha sido negado. Una vez seas usado por un amo, si quieres continuar en la fiesta tus dos posibles "noes" se volverán a activar.



El hombre acarició el rostro de Martín sabiendo que era una pieza valiosa para ese lugar.

—Pero todo eso, será a partir de la próxima vez que vegas. Hoy, como es tu primer día, tendrás una decisión especial a tomar que te explicaran dentro. 

Lo tomó del brazo y lo guió a través de una nueva puerta. Martín lo siguió, ya sin pensar, movido por algo más que voluntad. El pasillo se abría a una gran estancia que parecía sacada de un sueño barroco. El aire olía a cuero, sudor, incienso y vino. Todo estaba iluminado por lámparas suaves ocultas en las paredes. No era un club común. Era una iglesia para los cuerpos y los secretos.

El espacio estaba dividido en zonas bien diferenciadas. Primero, la barra: un largo mostrador de mármol negro donde hombres musculosos servían tragos completamente desnudos, algunos con collares negros, se encargaban de reponer cajas, limpiar la barra o servir a otros esclavos del local, y otros con insignias de cuero que los marcaban como Amos, se encargaban solo de atender a otros Amo.

Luego, una pista de baile, oscura y lenta, donde los cuerpos se rozaban con una languidez peligrosa. Allí, dominantes guiaban a sus sumisos con correa, con órdenes susurradas al oído, co...