Escrito por: amo32
2032 palabras
El calor del mediodía era sofocante, una manta pegajosa que se colaba por la ventana abierta. Estaba tirado en el sofá, el móvil en la mano, disfrutando de la pereza del verano en la intimidad de mi apartamento. Solo llevaba puestos unos calzoncillos, ligeramente húmedos por el sudor, y la ventana abierta dejaba entrar el aire espeso de la calle. A mis cuarenta y pocos, mantenía un físico definido y fibrado, el tipo de cuerpo que me gustaba cuidar y que, para ser sincero, me daba una seguridad extra. Siempre me había gustado tener el control, llevar la iniciativa, y eso se reflejaba en mi postura, en mi forma de moverme, incluso en la tranquilidad con la que me sentía expuesto en mi propio espacio.
Un golpe seco en la puerta rompió mi tranquilad del hogar. Fruncí el ceño. No esperaba a nadie. Miré por la mirilla. Javi. El vecino del tercero. Un chaval de veintiséis años, un cuerpo joven y potente que se adivinaba bajo los pantalones cortos y la camiseta de tirantes. Había algo en su mirada que me hizo dudar un instante antes de abrir. Abrí, apoyándome en el marco, mi cuerpo a la vista, manteniendo mi habitual aire un poco chulesco y de control.
"Sí, Javi, ¿qué necesitas?", solté, mi tono neutro pero con esa autoridad tácita de quien manda en su casa.
"Eh, perdona que te moleste así...", empezó, su mirada bajando y subiendo rápidamente, esa media sonrisa asomando. "Se me ha soltado una pila del mando y necesito un destornillador pequeño para abrirlo. ¿Tendrías alguno?"
La excusa sonaba plausible, pero algo en su mirada, en su calma, me hizo sospechar. Sin embargo, la situación era sencilla: un favor de vecino.
"Claro, supongo que sí tengo algo por aquí", respondí, haciéndome a un lado. "Pasa". Quería que entrara, sí. Quería ver cómo se desenvolvía en mi territorio.
Entró, pidiendo permiso, mirando a su alrededor con una curiosidad que parecía genuina. Cerré la puerta tras él. El silencio volvió, roto solo por el zumbido lejano del tráfico. Me di la vuelta para ir a buscar la caja de herramientas, pero me detuve al verle. Se había quedado cerca de la entrada, el mando en la mano, pero su atención ya no estaba puesta en él. Me observaba. Esa mirada tranquila, evaluadora. Y su físico, joder, de cerca era aún más impresionante.
"Siéntate si quieres, busco el destornillador", le ofrecí, intentando retomar el control de la interacción, reducirla a un simple favor.
"No, tranquilo, de pie estoy bien", respondió, y en su voz noté de nuevo ese matiz de calma que me inquietaba. Fui hacia donde guardaba las herramientas, consciente de su mirada en mi espalda, de mi cuerpo expuesto bajo los calzoncillos.
Rebusqué en la caja. Encontré un destornillador pequeño. Al darme la vuelta, él se había movido, acercándose al centro del salón, mirando los libros en una estantería. "Veo que te va el deporte", come...
Mi Vecino Javi (por Nacho)
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