💜 DIARIO DE HUGOTHEBOSS — "La perrera"

17 de noviembre, 18:00h

Segundo día de entrenamiento. Socialización inicial.

He citado a dos de mis mejores perros alfa en mi almacén privado del polígono de Fuencarral. Un espacio discreto que utilizo como gimnasio y trastero, reconvertido hoy en un pipican improvisado. Las paredes son de ladrillo visto, altas y sin ventanas. No hay cámaras. Nadie escucha. El suelo de caucho negro está cubierto en zonas con colchonetas de entrenamiento, bancos de tortura, potros, una jaula grande en la esquina, y una estructura metálica donde cuelgan grilletes, arneses y pesas. En el centro he dispuesto una zona de césped artificial, con bebedero metálico y un poste para atar collares. El aire huele a cuero, sudor y lubricante. Allí he entrenado a muchos sumisos antes. Allí empieza el verdadero adiestramiento.

Neo no lo sabe, pero hoy dejará de sentirse especial.

18:20h

Neo llegó puntual a casa. Tenía los ojos cargados de dudas, pero fingía seguridad. Lo recibí en el recibidor, desnudo bajo la sudadera. Lo abracé sin palabras y lo guié hasta el salón. Allí, mientras tomábamos agua en silencio, le hice un repaso calmado de las normas básicas que ya le había explicado el día anterior: cómo debía caminar, cómo comportarse ante otros perros, cómo reaccionar si lo montaban, cómo controlar su mirada y su lenguaje corporal. Asintió sin replicar, aunque apretaba los dientes.

Lo conduje al sótano donde tengo el garaje. Allí le quité la ropa, le puse el arnés negro ajustado a la piel, el plug con cola azul y la mordaza de hueso. Acaricié su mejilla, y le até la correa corta al collar.

El maletero estaba abierto, preparado con una manta negra encima de una jaula. Neo frunció el ceño y murmuró algo, incómodo. Se quejó por lo bajo. No le gustaba la idea.

Me giré despacio, lo miré fijo y le dije sin alzar la voz:

—Una palabra más, y no solo vas en la jaula. Te cierro el pene con otra de castidad el resto del día.

El niñato tragó saliva. Agachó la mirada. Sin decir más, se metió a cuatro patas en la jaula.

Lo tapé con la manta negra. Arranqué el coche y fuimos al almacén.

Al llegar saqué a Neo y le até dentro del almacén. 

—Quieto —le dije vendándole los ojos. 

A los dos minutos tocaron la puerta. Los otros dos perros habían llegado.

"Thor" y "Ragnar". Sus nombres caninos. Altos, fuertes, veteranos. Mestizos de sumisión perfecta. Thor, mulato de veintiocho años, musculoso como un toro, con mirada vacía y polla siempre empalmada. Ragnar, rubio, más mayor, treinta y tres, tatuado entero, con pircings en pezones, lengua y escroto. Ambos llevaban arneses metálicos y plugs con colas negras. Cascabeles en los tobillos. Collares de acero con sus placas.

Yo había entrenado a ambos desde...