Has pasado días imaginando el momento. Tu cashmaster te escribió dos palabras: “Hoy vienes.” No hay negociación. Llegas a su piso con la cartera llena y la cabeza agachada, el corazón retumbando en el pecho mientras subes la escalera. Al abrirse la puerta, ni saludo: te lanza a la cara un par de calcetines empapados en sudor, el olor tan fuerte que te nublas. Ni tiempo para protestar. —Al suelo, cerdo. —Te arrastras como una bestia, olfateando sus zapatillas sucias, llenas de polvo y marcas de haber sido pateadas contra el asfalto. Te hace besar cada hueco, cada suela, mientras su risa retumba por encima.

Sin dejarte incorporarte, te arranca la cartera de la mano, saca los billetes uno a uno mirándote a los ojos, te los tira a la cara y luego se los guarda en el pantalón. Escupe en tu frente, la saliva resbala hacia los ojos. —Tú no necesitas pasta, sólo mi desprecio. Hoy eres mi banco y nada más.

No estás solo: sus amigos están sentados en el sofá, cerveza en mano, carcajeándose al verte tan rebajado. El cashmaster se apoya en la mesa, se baja las zapatillas y te planta el pie sudado en la cara. —Aspira fuerte, tengo algo para ti. Te acerca una botella de popper y te ordena aspirar mientras te pisa cada vez con más fuerza. Eres solo su felpudo. El popper te sube a la cabeza, todo da vueltas, y en ese momento te clava la planta del pie en la boca, empujando para que la lamas sin parar.

Uno de sus colegas se acerca, saca una bolsita de coca y esparce el polvo blanco sobre la suela de la zapatilla del cashmaster. —A ver si te atreves a esnifar de aquí, maricón —te sueltan entre risas. Las risas se mezclan con los gritos y los insultos. Te agarras a la zapatilla y, con la nariz humillada, esnifas la raya de coca directamente de su pie sudado, tragando polvo, mugre y restos pegados a la piel. El subidón es inmediato, sumisión química y física total.

Te ponen a cuatro patas, te rodean, cada uno restriega sus zapatillas por tu cara, obligándote a chupar las suelas llenas de mierda. Te usan de felpudo y banco a la vez. El cashmaster te ordena abrir la boca, se saca la polla y empieza a mearte directamente, mientras sus amigos aplauden y te graban con sus móviles. El chorro de pis te llena la boca, la garganta, se escurre por tu barbilla y moja tu camiseta. No puedes apartarte, sólo tragar mientras te ahogas en tu propia miseria.

Cuando termina, te cogen del pelo y te hacen limpiar con la lengua las uñas negras, sucias, llenas de restos. El sabor amargo se mezcla con el sudor y el pis. Te escupen encima, te insultan, te llaman banco, basura, inútil, maricón arrastrado. El cashmaster cuenta delante de todos el dinero que le has entregado, lo agita en tu cara y te lo vuelve a tirar a los pies. —Todo lo que ganas, me lo quedo yo. Eres mi cajero personal.

Como final, te escriben en la frente con rotulador grueso: “SOY DEL CASHMASTER”, y te ordena...