A las cinco de la mañana David y yo cruzamos el rancho para ordeñar a las vacas.

No tengo ropa de campo así que David me ha dado un pantalón de su hermano que me queda grande y se me cae conforme voy caminando. El clima en la granja es caluroso, usamos los dos una playera sencilla sin mangas.

David me mira de arriba abajo con desaprobación cuando termino de vestirme, agarra del piso un pedazo de cuerda que me amarra como si fuera cinturón, me siento como un niño pequeño, lo deja bien apretado y ambos salimos caminando de la casa rumbo al edificio donde están las vacas.

Aunque es una granja pequeña cuentan con el equipo para una ordeña moderna: tienen 50 vacas en las que trabajamos durante las siguientes cuatro horas, Fabían me contó que su padre heredó aquella granja en sus mejores años y que poco a poco lo fue perdiendo, ahora su hermano David lleva quince años a cargo y la granja parece prosperar.

Trabajamos en ordeñar las vacas toda la mañana, David no me dirige la palabra excepto para darme órdenes y decirme lo que debo hacer. Es un hombre rudo, no sé su edad pero debe tener menos de 33, muy alto y muy corpulento. Tiene unos bíceps enormes y unas manos gigantes con las que manipula con mucha habilidad los aparatos.

Sus pectorales son grandes y firmes, es blanco y lampiño del pecho, su abdomen es fuerte y abultado por los músculos, debe medir un metro ochenta cuando menos. Sus facciones son finas, su nariz delgada, ojos brillantes y pequeños, tiene cara de niño y cuerpo de hombre. Pero no es para nada un hombre agradable, es osco, duro, se comporta como un animal “que irónicco pienso “un animal que ordeña animales”.

Me siento cansado después de la ordeña, aún extraño a su hermano Fabián, mi novio, que ha muerto hace apenas unos días. Vine a su casa al funeral y a dejar un dinero que Fabián me dejó para que se usara para en la granja - no dejes que David lo toque- me advirtió antes de morir- inviértelo tú- añadió.

Como no sé nada de ranchos y de vacas le he pedido a la madre de Fabián que me deje conocer un poco… para saber cómo cumplir el último deseo de Fabián.

-No debiste venir- me dice David de mala gana sentándose junto a mi, se quita la playera sin mangas para limpiarse la cara y el cuerpo con una toalla mojada.

-Tenía que venir para entregar el dinero- le respondo frío y con miedo, soy más pequeño en complexión y estatura que David, no quiero problemas con él.

-Viniste a despedirte de tu novio, no te hagas pendejo- me dice David en tono molesto. No le respondo, tiene razón, el viaje también es un duelo.

-Mi mamá no debe saber nada de ti- me advierte David

-No se lo diré- respondo muy serio

-Pero lo intuye, ¡no es tonta!- me dice subiendo el tono de su voz

-Pero yo no voy a decirle- subiendo también mi voz para no queda...