Escrito por: Popshire
1388 palabras
No me lo podía creer. Pasé toda la noche en el suelo, con la esperanza de que Vicente, en algún momento, volviera y me dejara ir. La capa con la que me tapé, la misma con la que Vicente me había acicalado la barba y el pelo de otros tantos señores de la tarde, me cubría a medias. El frío de las baldosas calaba a través de las toallas usadas que Vicente había empleado durante el día. Notaba los pelos de mi barba pegados a la piel.
Intenté comunicarme con él por WhatsApp, lo cual fue en vano, pues, pese a haberlo recibido y haberse conectado en el transcurso de la medianoche, no aparecía el doble check verde. Intenté dormir en algún momento, pero la incomodidad de la jaula, el escozor de las nalgas y el aroma amargo que impregnaba mi cuerpo lo hacían casi imposible.
Lo peor no era el dolor, ni el frío, ni el suelo duro, sino la sensación de que todo aquello no me había servido de nada. Había ido con una fantasía idiota, ni siquiera esperaba seducir a Vicente, y lo único que había conseguido era humillación y que me dieran golpes hasta en el carné de identidad. Y, para más inri, cada vez que pensaba en ello, sentía cómo la jaula se humedecía de precum.
No sé cuándo me dormí, o si realmente había llegado a dormir algo. Lo que tenía claro era que, a las siete en punto, me despertó el sonido de algún comercio abriendo la persiana. Dudé de si Vicente abriría el local, de si quizá se había olvidado de mí o si tendría que pedir auxilio en algún momento. Pero ¿cómo? ¿Cómo cojones iba a explicar la situación y el motivo por el que había preferido pasar toda una noche en la barbería de mi captor?
Pasé más de una hora acurrucado, sin batería en el móvil, hasta que a las ocho y media llegó Vicente. Entró sin mirarme, murmurando que, por mi culpa, había tenido que madrugar media hora antes para adecentar aquello.
—¿Y bien? —dijo, soltando las llaves sobre la mesa—. Supongo que esto no era lo que esperabas, ¿no?
No supe qué contestar. Me quedé sentado en el suelo, pensando en cómo escabullirme para evitar esta incómoda situación.
—Si quieres hacer algo útil —añadió—, recoge todo este estropicio antes de que venga el primer cliente.
Me levanté a trompicones, la ropa emanaba un olor nauseabundo. Recogí las toallas, barrí los pelos del suelo y enderecé las sillas, hasta que, a las nueve menos cuarto, apareció el primer cliente. Un hombre de unos cincuenta, corpulento, que, al ver la escena y verme hecho una pena, con cara de acongoje y percibiendo el olor que impregnaba el ambiente, se limitó a alzar una ceja, miró a Vicente y, sin mediar palabra, sonrió.
—Voy a tomarme un café. Vengo en diez minutos, así dejo al chaval que acabe lo que está haciendo —dijo antes de salir.
Cuando estaba a punto de sacar la bolsa de basura, y Vicente sacaba las herramientas de traba...
Mi Nuevo Peluquero. Parte 3
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