🖤 CAPÍTULO 1 — “Carne de culto”
Diario de HugoTheBoss

28 de marzo. 20:41h

Lleva solo tres semanas viniendo a mi piso, pero ya camina descalzo como si fuera suyo. Aunque claro, no es suyo. Es mío.

Y él lo sabe.

Se llama Marcos, aunque desde el segundo día lo rebauticé. Le llamo MeatBoy, y no por cariño. Su cuerpo parece diseñado en un laboratorio de testosterona: espalda ancha, pectorales de piedra, bíceps marcados como latigazos, y un culo que grita por ser azotado. No es listo, es más, es bastante tonto, y es justo lo que me excita de él: solo cuerpo y belleza, nada de cerebro, solo devoto. Un perro tonto y fiel con cara de ángel caído del gimnasio.

Trabaja descargando mercancía en un almacén de una gran superficie. Turnos partidos, jornada física. Ideal. No necesita pensar. Solo levantar peso. Y obedecer. Como a mí. Está en su salsa.

Lo encontré en un grupo de entrenamiento funcional en Carabanchel, con esa sonrisa de idiota feliz que me activa las ganas de corromperle. Un himbo en bruto, perfecto para esculpir. Solo necesitaba dirección. Una correa mental. Una orden.

Esta noche empieza de verdad.

Le mandé ducharse al llegar. Sin hablar. Solo señalando el baño. Salió con la toalla en la cintura, el torso empapado y ese olor a jabón barato que me pone más que cualquier perfume. Le dije que se pusiera de rodillas en el salón. Obedeció sin preguntar.

—¿Qué eres? —pregunté desde el sofá, sin mirarle aún.

—Soy tuyo, Señor —respondió.

—¿Tu nombre?

—MeatBoy, Señor.

La forma en que lo dijo… ya no había vergüenza. Solo entrega. Me encantó.

Lo levanté despacio, desabrochando mi cinturón mientras caminaba alrededor de él. Examiné su cuerpo como quien inspecciona una compra. Lo obligué a quedarse quieto mientras le acariciaba el pecho con la hebilla de cuero. Sus pezones se endurecieron.

—¿Sabes por qué te llamo MeatBoy?

—Porque soy carne para tu uso, Señor. Solo carne.

Sonreí. Bien entrenado.

21:06h

Esta vez le até las muñecas a la barra del armario. Piernas abiertas, espalda recta, mirada baja. Me arrodillé frente a él y comencé a lamerle el torso. No como amante. Como dueño que limpia su juguete.

Cada músculo tenía que ser adorado... y marcado. Saqué el aceite corporal con olor a vainilla que le compré y lo vertí en su abdomen. Lo extendí con ambas manos, masajeando lento. Su respiración se volvió densa. Le prohibí hablar. Solo podía gemir con el cuerpo.

Pasé la lengua por sus abdominales, mordí suavemente sus pezones, le pegué un bofetón en cada pectoral.

—No eres un hombre. Eres una vitrina de carne. Y esta carne me pertenece.

Tembló. Se le notaba entre excitado y humillado. Estaba en el punto exacto d...