Nunca sé qué debo esperar. Hay días que mi señor me recibe con bofetadas y otros en los que me come la boca a besos. Días que recibo su polla en la boca como saludo de bienvenida y otros en los que ni me mira. Días en los que está jugando con la Play y otros en los que está follándose a cualquier otra perra, en ambos casos sé que no debo hacer nada que lo incomode; debo tumbarme cerca de él y esperar a sus demandas sin tocarme.

Independientemente de cómo sea el día y su recibimiento, sé que desde que llego a casa debo dejar la ropa en el armario del recibidor, porque en su presencia, salvo orden contraria, debo estar siempre desnudo de cintura para abajo; el culo tiene que estar siempre accesible. También sé que la juventud de mi señor hace que difícilmente me vaya a la cama cada día sin haber recibido su leche en cualquiera de mis agujeros en, al menos dos ocasiones. A él no le va lo de correrse en mi cuerpo, eso lo deja para cuando recibe a sus amigos y me ofrece como felpudo de ellos; su leche sólo sirve para preñarme el culo o mi garganta porque nunca debe ser desperdiciada. Para marcar mi cuerpo está su orina o lapos.

Cuando me aceptó como su perra se comprometió a respetar mis límites. Hoy, seis meses después, ya olvidé cuáles eran. Ahora procuro no mostrar mi desagrado con algunas prácticas porque basta que lo descubra (y siempre lo hace) para que las practique con insistencia. Por ejemplo, cuando descubrió que no quería ser feminizado me obligó a vestirme durante semanas con ropa interior femenina.

Con los amigos que invita a casa aplica el mismo criterio, los que sabe que peor me caen son a los primeros que tengo que servir en lo que deseen. Yo lo acepto porque adoro a mi señor y me enorgullece que me siga teniendo como su perra principal. Además, sabe recompensarme después con creces.

Confieso que además de admiración y respeto por él, me alegra que consienta que sea su perra a sabiendas de que soy una puta que no puede evitar probar cualquier polla que se ponga a tiro. Desde que él me admitió como su sumisa lo único que ha cambiado es que ahora no puedo ser yo quien elija la polla que mamaré o que me follará; él toma esas decisiones y yo acepto disciplinadamente.

A veces es duro, porque hay noches en las que organiza verdaderas orgías en casa y no me deja participar en ellas a pesar de obligarme a estar presente. Otras veces me limita lo que puedo hacer o no. Aún recuerdo la noche que mi única función fue la de ser la letrina de sus invitados. Otras, sin embargo, me recompensa convirtiéndome en el juguete de la fiesta y todos los invitados deben follarme culo o boca. Ni que decir tiene, que esas ocasiones son mis favoritas.

Peor lo llevo con las otras perras que lo sirven. Lo reconozco, son celos. Celos de vieja, porque sé que los culos y bocas jóvenes le dan satisfacciones que yo ya no le puedo proporcionar.
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