Dos días después de regresar del centro de educación Jorge dedicó un tiempo a repasar la prensa internacional, aunque su mente estaba en otra parte. Desde la fuga de Yusuf la inquietud lo acompañaba a todas horas y, aunque Kamar intentaba tranquilizarlo con buenas palabras, esa mañana no lograba disipar su desasosiego. Incluso se le pasó por la cabeza que el fugitivo no hubiera abandonado la hacienda, sino que se ocultara en algún rincón de la casa grande, dejando que lo buscasen lejos. No sería extraño que contara con cómplices o, al menos, con amigos dispuestos a ayudarlo. Con esa sospecha en mente ordenó reforzar su seguridad personal: a partir de entonces guardias armados vigilarían la casa grande de manera permanente.
Se organizaron batidas meticulosas en busca de Yusuf, pero sin éxito. Parecía que el que fuera mano derecha de Benassur primero y de Jorge después había huido con presteza; sin embargo tampoco se había marchado con lo puesto: faltaban objetos personales de sus habitaciones y se había llevado el caballo que solía montar.
Jorge decidió recuperar la costumbre de comer en compañía de Kamar y Lakua, quienes aún permanecían en su hacienda y también de Eukario. La noticia de la supuesta traición de su señor había generado dudas entre sus empleados más cercanos, como Miceros y el propio Eukario; pero cuando la situación se resolvió de manera favorable para Jorge este optó por la magnanimidad, en lugar de despedirlos y buscar personal más leal los mantuvo a su servicio, lo que resultó ser una decisión acertada; a partir de entonces su fidelidad fue absoluta.
Hubo, sin embargo, un cambio sutil pero significativo: las comidas pasaron a servirse en el comedor de gala, una estancia que Benassur despreciaba, pero que Jorge encontraba espaciosa, elegante y acorde con su gusto refinado. Entre bromas y copas de vino la confianza entre los tres hacendados se afianzó. Fue en uno de esos almuerzos cuando Jorge supo que había sido Lakua quien había encontrado las pruebas contra Yusuf, lo que permitió limpiar su nombre; Kamar, aunque siempre había confiado en él, dudó en un principio de su inocencia. Ese episodio terminó por fortalecer la relación de Jorge con Lakua, haciéndola más estrecha y afectuosa.
Jorge impuso los horarios de su antigua vida en España, lo que trajo consigo nuevas costumbres para la hacienda; el almuerzo no se servía antes de las dos de la tarde y la sobremesa solía alargarse hasta enlazar con el té de las cuatro, una tradición nueva para él que había adoptado con entusiasmo. Nadie parecía molesto por estos cambios, al contrario, los empleados parecían disfrutar del nuevo ritmo pausado y ceremonioso.
Fue precisamente durante el té de aquel miércoles cuando un mensajero de Kamar irrumpió con noticias. Cada vez que llegaba un mensaje todos fingían indiferencia, pero en el aire flotaba la expectativa de que finalmente hubieran atrapado a Yusuf, ...