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La cena está lista

Escrito por: Terr

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El horno pita y abro la puerta. Pincho las patatas y compruebo que están hechas. A las costillas todavía les queda un poco: las unto un poco más de salsa y las dejo terminarse con el calor residual. No hace falta que esté al tanto, la cena está casi lista.

Compruebo la hora: mi Dueño está a punto de llegar. Me quito el delantal y con eso me quedo desnudo. Siempre voy desnudo, excepto en la cocina, es una de Sus normas. Doy un paseo rápido por la casa. Aliso un poco las sábanas de la cama, coloco un par de cojines, compruebo que todo esté a punto. Mi deber es que Su casa esté perfecta y pocas cosas me dan más placer.

En la entrada, reviso mi aspecto. Yo también soy una de sus propiedades, así que tengo que estar perfecto. Estoy delgado y fibrado, fruto de una rutina de ejercicios que cumplo a rajatabla. En el culo tengo un plug de joya que me coloco todas las tardes después de la correspondiente limpieza. En la parte de delante, cuelgan un huevos hinchados y una polla dimunita, apenas un meñique en estado de reposo. Estoy totalmente depilado, ventajas de la láser. Aparento lo que soy: un muchacho de 22 años, inmaculado, puro.

Me coloco en la entrada a cuatro patas, con el culo en pompa y besando el suelo. Calculo que quedan unos 15 o 20 minutos para que Él llegue. No solo me gusta esperarle en el suelo, sino que es otra de Sus órdenes. La posibilidad de que llegue y no esté esperándole me aterra; no quiero decepcionarle. Esos minutos de silencio en el suelo me permiten reordenar mis pensamientos y calmarme.

Se escucha ruido afuera. De nuevo, vuelvo a estar nervioso. Está a punto de llegar. El sonido de la conversación se filtra en cuanto Él abre la puerta. Solo escucho la última parte:

—...un hombre como tú merece a una buena mujer que le acompañe —dice una de las ancianas vecinas de enfrente, a la que reconozco por la voz.

—Gracias por su atención, Señora, pero tengo todo lo que necesito. Buenas noches —dice Ricardo, Él, mi Dueño.

Solo de escucharle ya estoy excitado y eso que ni siquiera lo he visto porque sigo con la cabeza apoyada en el suelo. Cierra la puerta y escucho dos pasos que se acercan a mí, señal de que es mi turno. Se para y entran en mi campo de visión sus zapatos. Beso con devoción cada uno de ellos y entonces sí, alzo la cabeza, le miro y digo:

—Buenos noches, Amo.

—Buenos noches, zorra.

Un estremecimiento de placer me recorre siempre que me llama así. Tengo poco tiempo, pero aún así me permito recorrerle con la mirada. Tiene 50 años, más que el doble que yo. Barba perfectamente cuidada, una cara tosca, dura, pero en la que se aprecian unas mejillas suaves y en la que de vez en cuando asoma una sonrisa burlona. Me saca veinte centímetros y unos cincuenta kilos. El traje lo cubre con creces, pero le sienta bien. Debajo sé que hay unas piernas fuertes, una barriga prominente y mucho pelo. A pesar de su peso, es más bien corpulento y su tamaño le confiere una seguridad en sí mismo que a mí me resulta tan atractiva...

Antes de perderme en mis pensamientos, espabilo y me libro de un castigo. Me levanto obediente y le ayudo a quitarse la americana, con cuidado de no doblarla. Echa a andar hacia el salón y se sienta en su butaca de siempre. Me gusta de él que no tenga ni que decirme nada, que sea una más de Sus herramientas. Tengo la rutina tan aprendida que no hacen falta las preguntas. Voy al minibar, saco un vaso y sirvo dos dedos de su whisky favorito. Se lo entrego junto con una servilleta y me pongo a Sus pies.

En cuanto le escucho dar el primer sorbo le retiro los zapatos. Lo hago lentamente, intentando provocar la minima inconveniencia. Tardé mucho en aprender a hacer esto con elegancia y creedme que es difícil. Los calcetines son mucho más fáciles, pero antes debo olerlos. Son ejecutivos y retienen el sudor del día. Aspiro, pero sin que se escuche un sonido desagradable. Los beso con la misma devoción que he hecho con los zapatos y los retiro también. Y ahí están Sus pies. Todo lo demás está bien, pero lo que realmente me vuelve loco es esto. Son grandes, peludos y están sudados. Yo mismo me encargo todos los días de masajearlos, hidratarlos y de realizar la correcta pedicura. Son perfectos y me toca mimarlos mientras mi Dueño se termina su copa.

Como siempre, pierdo el sentido del tiempo mientras beso, lamo, limpio y reverencio Sus pies. Lo hago varias veces al día y nunca tengo bastante. Cuando me los retira de la boca sé que debo terminar y me coloco de rodillas, esperando sus órdenes.

—Ponte para inspección —ordena y me pongo a cuatro patas.

Noto su mano acariciando mi culo, hasta que lo azota con fuerza. Me pone tan sumiso estar así, indefenso, como un objeto para él... Juega con el plug y sin ningún cuidado me lo quita, observando sin duda el agujero que ha debido dejar en mi culo. Como no es muy grande, se me cierra enseguida, invitándole a entrar, que es lo que hace, metiéndome uno de sus gruesos dedos. Doy un respingo de placer mientras entra en mí. La exploración dura poco: toca mi culo con los nudillos y lo retira. Lleva la mano a mi boca para que lo limpie. Con sus manos me coloca para que esté delante de él y así poder mirarle todavía en el suelo.

—¿Has hecho tus tareas?

—Sí, Amo.

—¿Eres feliz?

Esa pregunta me descoloca. ¿Que si soy feliz? ¿Cómo poder expresarlo? Lo mucho que ha cambiado mi vida desde que este Hombre decidió adoptarme y hacerme Suyo. Todavía pensando en ello, recibo un bofetón en la cara, castigo por no responder a tiempo.

—Más que nunca, Amo —contesto por fin, con la cara roja.

—Desnúdame.

Manos a la obra. Me levanto y le quito los pantalones y los calzoncillos. Él me ayuda inclinándose, pero no mueve un dedo. Como ha ordenado que le desnude no puedo recrearme, aunque me encantaría olerle esos calzoncillos. Voy retirando prendas y colocándolas cuidadosamente para no arrugarlas. Cuando esta desnudo, me permito contemplarle. ¿Como no voy a ser feliz si tengo la suerte de poder adorar esto todos los días?

Se sienta de nuevo en la butaca y me hace una seña para que me acerque. Sé lo que tengo que hacer. Nuestra conexión es tan profunda que se permite darme órdenes con la mirada. Me dirijo a su polla y me relamo. Como el resto de su cuerpo, está rodeada de pelos, aunque convenientemente recortados. Agacho la cabeza y aspiro ese aroma. Sin tardanza, lamo primero los huevos, subo por el tronco y acabo por limpiar del todo el glande. Es de tamaño normal, pero muy gorda, lo cual hace que se me desencaje la mandíbula cada vez que me la como. Me encanta.

Como en todo lo demás, he aprendido a hacerlo exactamente como a él le gusta. Primero la lubrico entera con mi propia saliva para que resbale al metermela. Después la voy introduciendo lentamente hasta que toco con el fondo y comienzo a subir y bajar acompasadamente. No me hace falta apretar, la polla ya entra justa en mi boca. La clave es el ritmo y variar la intensidad. De vez en cuando la saco y me concentro en la punta o bajo y le como los huevos, pero la mayor parte del tiempo es mi boca actuando como un agujero. Apoya la mano en mi cabeza y me quedo parado por si quiere follarme la boca. No lo parece así que sigo con lo mío. No trago saliva nunca, así la polla siempre se mantiene lubricada y hace sonidos que sé que a él le gustan. Tampoco uso mis manos. Las zorras no usamos manos.

Sigo comiéndosela mientras le miro. Él tiene los ojos cerrados, está disfrutando de mis habilidades. Los abre, me mira y sonríe. Yo sonrió, o mejor dicho, intento sonreír con su polla encajada en mi boca. Nada me gusta más que sentirme valorado. Me agarra del pelo, me escupe en la cara y me folla la garganta mientras yo pongo los ojos en blanco. Me la saca de sopetón y me dice:

—Ponme el culo, zorra.

Me levanto y me doy la vuelta. Abro mis nalgas con las manos para que vea mi agujero cerradito porque llevo ya un rato sin el plug, y me acerco a su polla. Noto su glande rozándome. Está duro. Me muero de ganas por sentirlo dentro. Esforzándome por relajarme, me siento en su polla. Noto su cabeza intentando entrar. No va a ser fácil. Me muerdo la mano, me concentro y él aprieta su polla contra mí. Entra el glande y de una estoca me mete el resto. Tiemblo de dolor y contengo un grito. Esa es una de las cosas que aprendí con él: cuando te follan al principio tiene que doler. Controlo las pulsaciones mientras noto como mi ano palpita y se ensancha. Al menos no ha empezado a moverse, otras veces empieza a embestirme nada más penetrarme. Con todo, me gusta sentirme como la puta a la que puede follar sin más lubricante que su saliva.

Ignorando todavía el dolor, empiezo a subir y bajar por su polla. La postura de encima de él, pero de espaldas, me permite moverme con más rango de articulación. Mi culo aprieta su pubis cada vez que bajo y al subir me gusta que la polla esté siempre a punto de salirse. Disfruto como una zorra, aunque todavía duele un poco. Me gusta notar como me llena por dentro, tener mi agujero siempre disponible para él. Me inclino para que roce aún más mi próstata y me dan espasmos de placer. Este es el único momento del día en el que me permite correrme por mi propia voluntad, sin tocarme, claro. Cuando estoy muy cachondo consigo correrme con su polla en mi culo.

Me centro en mi placer mientras no dejo de follarle hasta que noto sus bufidos. En cuanto veo que está a punto de correrse, olvido mi placer y le ordeño como mejor sé. Aprieto, bato y exprimo. Noto como su polla se hincha y me rellena con su leche. A veces la noto dentro, pero generalmente me doy cuenta de cuando se corre por su respiración, la forma en la que me agarra o porque me dice "Te estoy preñando, puta". Para mí no hay nada más bonito que eso. Disfruto de los últimos coletazos de su polla. Me he quedado sin correrme, otra vez, pero eso no importa. Él está satisfecho. Qué mas puedo pedir. En total habrá durado todo diez minutos. Así es Él: me folla hasta descargar. A veces durante mas tiempo y otras, como hoy, solo para usarme como un agujero. Me encanta que solo piense en su satisfacción.

Me salgo con cuidado y noto como mi culo se ensancha, quedándose abierto. Me lo ha vuelto a romper. Una gota de leche cae encima de él. Sin perder el tiempo, me coloca el plug en el culo. Lo tengo tan abierto que tengo que hacer fuerza para que no se salga. Me doy la vuelta y le limpio la polla. No es una mamada, es solo una limpieza. Para aprender esa lección hicieron falta varios castigos. Limpio su polla, rebañando la cabeza y me trago también parte de su corrida. A veces después de limpiarle me deja comerle el culo. Le gusta relajarse así. Hoy no. Se levanta y me deja en el salon, sudado, con el culo roto pero bien tapado por el plug.

Escucho la ducha y me pongo de nuevo a mis labores. Recojo la ropa. La que está sucio la echo al cubo y la que no, la guardo. Voy a la cocina, meto las patatas al horno y lo pongo a fuego bajo para que se caliente todo. Me acicalo un poco en el baño de invitados, convertido en un baño del servicio, es decir, mi baño. No da tiempo a ducharme, pero tampoco es necesario porque a le gusta que huela a Él después de que me folle. Preparo la mesa con esmero: un plato, una servilleta, una copa, cuchillo y tenedor. Ante la duda, solo cena él. Yo a veces lo hago en el suelo o en la cocina, cuando me voy a limpiar todo. En la mesa, nunca.

Ya he abierto la botella de vino y sacado las cosas del horno cuando aparece en el comedor, vestido con su albornoz. Le anuncio los platos de la cena de hoy y le acomodo el asiento. Una de las cosas en las que insistió mucho cuando me adoptó fue que quería un mayordomo de primera. Me quedo de pie, esperando sus órdenes, pero sin ocupar su rango de visión.

Cena en silencio y yo me preocupo por rellenarle la copa cada vez que lo necesita. En el plato quedan un par de patatas y de costillas junto a unos trozos de pan. Me indica que ha terminado, le retiro la silla y se marcha. Yo me quedo recogiendo. Limpio la mesa y llevo todo a la cocina, incluyendo su plato, que será mi cena. A pesar de que siempre hago mucha comida, él siempre me da de comer sus sobras. Como rápidamente, doy un agua a todo y vuelvo al salón. Está distraído viendo la tele.

Acudo ante él y me arrodillo a Sus pies. Desconozco qué me mandará hacer, si darle crema, si le apetecerá pegarme, si me usará de reposapiés o si querrá que me acurruque contra él. En cualquier caso, yo obedeceré.

Soy su esclavo, su siervo, su zorra.

Él es la razón de mi existencia.

La cena está lista

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