Escrito por: HieroduloCMNM
La oscuridad, densa como terciopelo negro, envolvía las calles estrechas y tortuosas de la ciudad nocturna. Luces parpadeantes, destellos fugaces de farolas distantes, apenas penetraban la penumbra, como estrellas titilantes en un vasto firmamento urbano. En medio de este laberinto de sombras, emergía un ser de instintos primarios, un cazador nocturno cuya sed de vello púbico y pasión ardiente lo conducía hacia su presa.
Este ser insaciable, esclavo de su propio fetiche que le devoraba como una hiena las entrañas y le atormentaba constantemente, para saciar el hambre que nunca acababa, se deslizaba entre las sombras como un fantasma, su figura envuelta en una gabardina negra que ondeaba con cada paso furtivo. Su respiración, agitada y ansiosa, resonaba en el silencio de la noche, como el rugido distante de una bestia en celo. Los ojos, inyectados en lujuria y deseo, escudriñaban cada rincón oscuro en busca de su próxima víctima.
Y entonces, la vio. La víctima, un joven que caminaba con la cabeza enterrada en la pantalla de su móvil, dejo ver al pasar bajo la luz de una farola, la especia que volvía loco a este depredador: un pantalón corto dejaba ver unas piernas frondosamente velludas, anticipo de un seguro vello púbico abundante. Esta figura solitaria, envuelta en la oscuridad, caminaba desprevenida por la acera desierta. El corazón del animal en el que se había convertido comenzó a palpitar con fuerza, una mezcla de anticipación y deseo lo consumía desde lo más profundo de su ser. Con pasos silenciosos pero decididos, se acercó a su víctima como un felino acechando a su presa.
El sonido de sus pisadas apenas rozaba el suelo, apenas un susurro en la noche. El viento soplaba, llevando consigo el aroma a humedad y miedo, alimentando el frenesí del cazador en su búsqueda de placer prohibido. Sus manos, ansiosas y temblorosas, se aferraban al filo afilado del cuchillo, una extensión de su propia voluntad salvaje.
Y entonces, el momento llegó. Con un movimiento rápido y certero, el asesino se abalanzó sobre su presa, envolviéndola en un abrazo mortal. La víctima, sorprendida y aturdida, apenas tuvo tiempo de emitir un grito ahogado antes de que la hoja fría del cuchillo se hundiera en su carne, como una serpiente venenosa inyectando su letal dosis.
La sangre brotaba, cálida y espesa, empapando las manos del asesino en una caricia macabra. Su corazón, galopando en su pecho como un corcel desbocado, rugía con el éxtasis de la cacería cumplida. Y mientras el cuerpo caía sin vida al suelo, el asesino se arrodillaba sobre él, su rostro iluminado por una sonrisa retorcida, como un dios pagano celebrando su sacrificio.
Arrastró el cuerpo hasta la oscuridad del callejón contiguo, y con manos temblorosas de deseo, busco la cintura del pantalón de su víctima para bajarlos de un brusco movimiento. Y allí, a la vista de sus ojos, estaba la mata de vell...
El asesino del vello púbico . El asalto (complemento del relato "El asesino del vello púbico I")
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