Desde niño he sentido algo especial al ser montado por otro hombre, ya fuese sobre los hombros jugando con los amigos en la playa o perdiendo voluntariamente en otro tipo de juegos (como saltar sobre la espalda para dejarse caer con fuerza) y así poder servir de transporte o asiento a otro. Ya pasados los veinte tuve ocasión de compartir entrenamiento con otros compañeros donde la carrera a caballito se usaba como formula para desarrollar los gemelos y la musculatura de las piernas en general. Siempre me creí débil hasta que en uno de mis primeros entrenamientos serví de montura a un tío unos años mayor que yo, sentí que el mundo se montaba sobre mi espalda pero aguanté y bien, al bajar viendo mi esfuerzo me confeso “es la primera vez que alguien transporta mis cien kilos sin protestar ni flaquear”; aquello fue para mí el mayor elogio que podía esperar oír.

Era difícil poder encontrar un jinete y algunos esporádicos no hicieron mas que acrecentar mis deseos de convertirme en un pony dócil y resistente. Había tenido varios vecinos en la casa que daba frente a mi habitación en el patio de luces. Una casa donde los pisos eran de alquiler y los cambios bastante frecuentes. La verdad nunca había prestado demasiada atención hasta que un día estaba recolocando la persiana, la había levantado con fuerza y se había salido de su sitio. Oí unos gritos, desde mi posición observé que podía ver parte de la cocina de mis vecinos del piso bajo y una parte de su pasillo. Cual no seria mi sorpresa cuando pude ver perfectamente como por el pasillo aparecían dos chavales, uno a cuatro patas y desnudo, el otro sentado sobre su espalda con pantalones vaqueros, zapatillas deportivas y una camiseta; mientras con una mano se sujetaba en los cabellos de su montura con la otra daba fuertes palmadas a las nalgas de su caballo. Se podía oír perfectamente “vamos los he visto más rápidos, venga muévete, más deprisa”. Se dirigieron hacia la cocina y los pude observar mejor aún. El jinete debía tener unos veintidós o veinticuatro años a lo sumo, parecía alto, moreno y bastante fibrado; por mi experiencia puedo calcular el peso aproximado de alguien viendo su apariencia, aquel jinete no bajaría de los ochenta kilos. Por el contrario su pony era bastante más bajo aunque no delgado pero sin duda la diferencia de peso a favor de su jinete no le ayudaba precisamente a moverse con soltura. Algo me llamó la atención el pony llevaba rodilleras y guantes, aquello no era un casualidad ni un juego al azar parecía una práctica algo habitual. Pude ver como con un fuerte golpe en la nalga derecha el jinete ordenaba a su pony pararse y cogía de la nevera una lata de cerveza, la abría y se disponía a bebérsela con calma, sin prisa alguna, de vez en cuando se acomodaba mejor sobre su montura cuyo rostro reflejaba su sufrimiento, el más pequeño intento de desfallecer recibía como respuesta una fuerte palmada en las nalgas. Me...