Ponyboy 11

Las cosas empezaron a ponerse difíciles para mi un mes después de la boda de los Amos:

El Amo Mondragón se iba toda la semana y dejaba a mi dueño a cargo del rancho, el primer mes el Amo Evaristo nos mantuvo ocupados enseñándole a mi Dueño técnicas para montarme, pero después de aquel mes el Amo Jean ya era un jinete experto y no había mucho que entrenar.

La disciplina con la que me habían entrenado antes de ser regalado había sido extraordinaria, estaba en el punto de saberme un pony y de comprender que mi papel en la vida era comportarme como el animal que era… pero el Amo Jean me sacaba a deshoras de mis entrenamientos, me montaba en paseos ociosos por el campo y no me permitía seguir la rutina a la que estaba acostumbrado, al final como un animal propiedad de mi dueño me limite a aceptar mi nueva condición y a servir a mi Amo como merecía.

Pasaba largas horas en el campo con su verga metida hasta mi garganta, hasta el día que cansado de usar mi boca se giró ofreciéndome su culo moreno, redondo y peludo en cuatro como una perra en celo

-Quiero que me lamas el culo- me ordenó, sin pensarlo dos veces me acomodé en cuatro patas detrás de él y sumergí mi cabeza en aquella maravillosa caverna formada por carne y pelos.

Jamás había lamido un culo en mi vida, unos años atrás me hubiera negado rotundamente, pero un animal obedece los caprichos de su Amo, así que me dediqué a lamer con respeto y bastante excitación el culo maravilloso de mi dueño.

-Mete tu lengua en mi ano- me ordenó y obedecí, adentrándome en aquel terreno peligroso con el temor de estar usurpando un lugar que el Amo había dicho que solo me pertenecía a él.

Jean gimió exhalando aire con fuerza mientras se empujaba hacia mi cara suavemente y se masturbaba con una mano - que rica lengua tienes Ponyboy- me dijo- cógeme con ella más adentro, dame lengua Ponyboy… dame lengua… que rico- me dijo mientras aceleraba el ritmo de su mano hasta que un montón de leche salió despedida de su enorme verga prieta.

Se sentó sobre el pasto agotado y me jaló de la barba para que le limpiara la verga con mi boca - mi marido debería darme la llave de tu castidad- me dijo acariciándome la verga cautiva con su pie - apuesto que la tienes grande y bien rica- añadió. No dije nada, al fin era solo un animal escuchando las confesiones sucias de su Dueño.

Aquella escena de la lengua se repitió todos los días, me pidió que le metiera los dedos pero relinché nervioso y me negué, el Amo Jean me dio una fuerte bofetada con la mano - ¡eres mi animal, si te digo que hagas algo me obedeces! Me gritó sin soltarme la barba con una mano y mirándome firme a los ojos mientras repetía la cachetada varías veces - ¡me tienes que obedecer, entendido!- pero aquellos golpes no me hicieron flaquear en mi decisión, los caballos no tenemos dedos y además, aque...