Desnudo en el maletero, placer a domicilio.

Ese párquin era un lugar tranquilo. Paré el coche, me desnudé e introduje todo el frankfurt en mi ano. Éste deslizó sin dificultad hasta desaparecer por completo. Aproveché para colocarme el collar de perro en mi cuello con la correa. También me puse la mordaza. Informé a mi nuevo Amo que había llegado y estaba preparado.

Escondí la poca ropa que llevaba y las chanclas bajo el asiento del coche. Hacía un par de horas que nos habíamos conocido y la conexión era total.

Esperé un rato, respirando profundamente, intentando relajarme y gestionando el cúmulo de sensaciones estimulantes que estaba experimentando. Me sentía tan puta y cachonda...

Al poco rato llegó un coche y se detuvo detrás mío. Sonó el claxon dos veces: era él. Puse la mochila con los dildos, los guantes, el lubricante y las llaves del coche y salí. No debía llevarme nada más. Mi corazón no cabía dentro de mi de la excitación.

De un salto salí del coche, abrí el maletero del coche de mi Amo, me metí dentro y cerré. El coche arrancó. Estuvimos unos minutos en marcha. Ese tiempo a mi se me hizo eterno. ¿Y si nos paraban los Mossos?
Al rato llegamos a su casa: era una casa adosada con plaza de parquin propia. Se abrió el maletero y mi Amo tiró de la correa de mi collar. Bajé.

Tenía ante mi un hombre con el que había hablado por teléfono hacia poco mas de una hora y que con su tranquilidad, serenidad y voz rotunda me había conquistado.
Mi Amo me ordenó estar de pie con la cabeza firme y las manos en la nuca: iba a explorarme: me tocó el pecho, las nalgas, los labios que se escapaban entre la mordaza, mi polla,… mientras me recordaba lo perra y puta que era. Al llegar a mi ano me susurró muy provocativamente:

-Dentro de un rato este ano estará muy abierto… y tu estarás gozando como nunca.

Yo lo deseaba, ésta era media parte del trato de esa noche: dilatación hasta el límite de mi ano, jugando progresivamente con mi plug y mi consolador XXL, para dar paso al puño de mi Amo.

-Pero vayamos por partes…

Y subimos unas escaleras, abrió una puerta y tras andar unos metros llegamos al salón. Él se desnudó y me sacó la mordaza. Seguidamente se sentó en una butaca. Puso la TV.

Empezaba la otra media parte de la cita: comerle bien la polla durante el rato que hiciese falta.

Su polla estaba limpia y no muy dura. La punta empezaba a emanar líquido preseminal. Acaricié sus pies y los besé. Mientras masajeaba suavemente sus gemelos, sus rodillas y sus cuádriceps con mis manos, mi lengua iba subiendo. Finalmente llegué a su entrepierna. Lamí sus testículos, los chupé y los masajeé con mis lengua. Intenté masturbar ese nabo, pero mi deseo hizo que rápidamente empezase a chupar la polla: el glande tenia un piel extrafina y su humedad le daba un sabor exquisito. Se puso dura rápidamente. La estuve chupan...