Cuando llegué a la hora convenida ESCLAVO Nº 6 ya estaba en la puerta esperando. Esta vez sí fue puntual, se jugaba mucho, no volver a vernos por ejemplo.

Él pagó la entrada de los dos a la sauna y fuimos hasta la zona de vestuario.

-Desnúdate y deja las chanclas y la toalla en la taquilla porque no vas a necesitarlas.

Me puse frente a él y esperé. ESCLAVO Nº 6 se desnudó rápido y metió la ropa al mogollón en su taquilla. No llevaba ropa interior, como le ordené por teléfono. Bien. La polla y los huevos anillados. Bien.

-Enséñame el culo, perro.

El chupete (un plug negro que le obligué a comprarse hace días) en el culo. Bien.

-Cierra tu taquilla y dame la llave.

-Ahora arrodíllate. ¿Bebiste el litro de agua como te ordené?

-Sí, señor, antes de salir de casa. Estoy meándome desde hace un buen rato…

-Muy bien, pues aguanta porque podrás mear sólo cuando yo te lo diga.

Abrí mi mochila.

-Mira lo que te he comprado, un bonito collar de perro, con cascabel y todo.

Tras ajustárselo al cuello saqué también de mi mochila una cuerda, crucé sus brazos a la espalda y los até por los antebrazos, después anudé la cuerda en la argolla del collar.

-También voy a estrenar contigo este nuevo juguete… -y agité en el aire un látigo de diez colas. Acaricié con ellas su cuerpo desnudo: el pecho y la polla morcillona, su lindo culo… Puse el mango a la altura de su boca, ofreciéndoselo, y él, sin necesidad de ordenárselo, abrió la boca para recibirlo.

-Muérdelo bien, perro, procura que no se caiga o lo pagarás caro.
Y le dejé allí mientras fui hasta mi taquilla para desnudarme, despacio, muy despacio, dando tiempo a que quien entrara por casualidad viera la preciosa imagen del esclavo arrodillado.

-Ahora levántate y sígueme.

Acabé de anudarme la toalla, le di la espalda y eché a andar… (Confieso que dudé de si sería capaz de seguirme o al final tendría que sacarle a patadas del vestuario.) Esta sauna tiene un cuarto de juegos con cruz de castigo y sling. Para llegar hasta él hay que cruzar media sauna. Un paseo humillante para mi esclavo, desnudo y atado, a la vista de todos. Las miradas de curiosidad de la gente con la que me cruzaba me confirmaron que el perro iba detrás de mí. Seis de la tarde y un martes, la sauna estaba casi vacía pero cuando llegamos a la play-room nos seguían unas cinco o seis personas. Coloqué a mi perro en el centro del corro. ESCLAVO Nº 6 mantenía la cabeza gacha, pudoroso, no se atrevía a levantar la mirada del suelo. Me apoyé en la pared del fondo detrás de él y esperé.
Nadie se movió, nadie se atrevió a acercarse. Yo debía dar la pauta del juego, caldear un poco más el ambiente. Fui hasta el esclavo y cogí el látigo de su boca, él alzó los ojos y me miró.

-¿Vo...