Escrito por: briefsman91
2591 palabras
La arizónica
- Tío, mi padre nos da sesenta pavos a cada uno si le ayudamos el sábado a cortar la arizónica…
Marquitos era mi mejor amigo desde ‘canis’. Nuestros padres eran vecinos y amigos desde que nos fuimos a vivir a un adosado de Leganés. Habíamos ido juntos al cole, al insti y, además, compartíamos aficiones comunes, como el deporte o las chicas guapas.
Sus padres tenían un chalecito que habían heredado de los abuelos en Miraflores de la Sierra, un pueblo al Norte de Madrid, y solían pasar allí los veranos y algunos findes de invierno, cuando el frío o la nieve no lo impedían. De hecho, se podían contar por centenares las veces que había ido con mis padres a una barbacoa a aquella casa, que conocía como la palma de mi mano.
El chalé era un poco antiguo, de los años setenta, una de esas casas blancas, con zócalo de piedra, tejado de pizarra y contraventanas de madera, que son tan habituales en la sierra de Madrid. Una pequeña parcela con una minúscula piscina, que había conocido años mejores y un jardín un pelín descuidado.
El caso es que la arizónica que rodeaba la casa estaba bastante salvaje, porque hacía un par de años que no se cortaba y, como estábamos en invierno y era época de poda, el padre de Marquitos le había propuesto que nos fuésemos los dos con él al siguiente finde para ayudarte a cortarla y adecentarla un poco.
Yo me había sacado algo de pasta currando de socorrista algunos días sueltos del verano, pero entre copas, festivales y demás, volvía a estar más ‘pelao’ que el culo de un autobusero, así que accedí, porque sesenta pavos me darían para ir tirando dos o tres findes, hasta que llegara la Navidad y mis abuelos me pusieran en casa con la paga de Reyes.
El plan era ir el sábado por la mañana, dedicar el sábado a podar la arizónica, y volvernos a Leganés el domingo después de comer. Marquitos y yo podríamos salir el sábado por la noche y, con suerte, ligaríamos con alguna de las chavalas del pueblo, así que el finde no pintaba del todo mal. Acabaría con sesenta pavos más en el bolsillo y, con un poco de suerte, con una niñata de la sierra en mi agenda de contactos.
El sábado por la mañana, salimos, pues, dirección a Miraflores y llegamos allí a mediodía. Aunque era diciembre y hacía bastante rasca, brillaba el sol y hacía un día absolutamente espectacular. Uno de esos días de cielos azules, en los que el gris de las montañas contrasta de forma radical con el espectacular cielo de Madrid.
El padre de Marquitos, Josema, se encargaría de usar la motosierra, porque sabía utilizarla, mientras que nosotros no teníamos ni puta idea de cómo se usaba ese trasto. Nuestro cometido era, sencillamente, recoger las ramas podadas, apilarlas en un carretillo y llevarlas a una montonera en una de las esquinas de la parcela. Cuando la montonera se hiciera demasi...
La arizónica (1)
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