Habían transcurrido ya algunos días después, desde la última vez que nos vimos en persona y tuvimos la primera sesión, en ese tiempo continuaba el entrenamiento como perra. A distancia, nuevas pautas, ordenes e ideas se fueron dando. La mayoría del nerviosismo de esa primera vez ya había quedado atrás y lo reemplazaba una expectativa ya qué cosas nuevas vendrían para la siguiente.

Luego de una conversación se pactó el día y hora del encuentro, en un horario en que a ambos nos fuera fácil vernos, sin prisas ni afanes y después de un día de trabajo y compromisos. Esperando no ser impuntual, salí al encuentro con el tiempo suficiente para llegar así fuera un poco antes. El amo me escribió que ya había terminado con sus labores y que nos viéramos en el mismo punto del encuentro anterior. Lo esperé allí y una vez más me dirigí al su carro, ya sin rastro de desconfianza alguna; el protocolo fue el mismo, luego de un saludo él me entrego mi collar y unas correítas para el pene y testículos, que había olvidado en casa de él la vez anterior, me ordeno que me las pusiera junto con el collar en mi cuello también. Me comento que debido a su día por poco no le hubiera sido posible haber concretado el encuentro, pero que afortunadamente el tiempo se dio.

Ya que se contaba con el tiempo, el amo me hizo una invitación a cenar, pues era el momento y él quería hacerlo antes de irnos a su casa a realizar la siguiente sesión. En el camino recline mi asiento nuevamente hacia atrás, y él me ordeno que me desabrochara el pantalón. Luego sentí como su mano se deslizaba lentamente por mi pene, el cual ya estaba algo duro de la excitación que empezaba a producirme el hecho de usar el collar, sentir su temperatura y pensar en lo que simbolizaba. La mano del amo masajeaba mi pene y testículos, presionándolo y haciendo que este se pusiera cada vez más duro; después, bajó un poco más y sus dedos tocaban mi ano, esa sensación me era muy estimulante. Sus dedos se sentían abriéndose paso en mi ropa interior y queriendo entrar detrás. Estos abrían mis nalgas, estiraban mi piel y uno de ellos se abría espacio por mi ano. Al rato me dio la orden de ponerme bocabajo y una vez más mientras conducía su mano derecha manoseaba mis nalgas; de nuevo uno de sus dedos se abría espacio por mi agujero, ya este de una manera más decidida y puntual, lo cual me hizo empezar a gemir, el placer de esa rudeza sin llegar al extremo de la brusquedad me hacía sentir contento de sentir al amo tocándome y me inspiraba a decir en voz alta que yo era su perra y que mi objetivo es complacerlo. Luego de jugar con sus dedos el amo los retiro de mí por un momento y los llevo a mi boca, lamerlo y sentir sus dedos con el sabor de mi culo me hacía sentir sucio y excitado deseoso que ocurriera algo más.
El juego continuó hasta momentos antes de llegar al restaurante, él me pidió que me incorporara y me comentaba como era ...