Escrit per: chancla
640 paraules
Antes de empezar el relato quien escribe esto es un auténtico fanático de los pies de los hombres. Alguien capaz de darlo todo por los pies de los hombres. Desde joven he sentido el placer al ver unos. Volviendome loco en verano con cada pie precioso en chanclas que veía por la calle. Haciendo lo imposible porque, en un viaje en tren pudiera cambiarme de sitio para recorrer 200kms viendo los pies descalzos, juguetones o en chanclas de un verdadero hombre. Haciendo lo posible por fijar el mayor tiempo posible mi mirada en ellos. Deseando y anhelando que se diera cuenta y respondiera con un "Puta, ahora vas a chuparlos hasta que brillen". Aunque timido e incapaz de demostrar en público a esos hombres el estado de excitación que sufría cuando veía sus morenos, simétricos y perfectos pies. Es como si mi voluntad se anulase, como si nada importase más en el mundo que esas preciosas extremidades, con venas y piel fina de los hombres.
Durante toda mi vida mi sueño ha sido encontrar a un verdadero amo de pies. Cansado de buscar, de topar con mareones, con gente que solo buscaba follar. Llegando a pagar tributos simbólicos buscando ese paraíso, ese lugar que para mi es el más bello de este mundo que son las dos extremidades de un varón que combina, además, falta de piedad, superioridad, ganas de mandar y sensación de hacer lo correcto.
Todo ello parecía imposible hasta que una vez contactó Javier. Su mensaje, escueto, no auguraba lo que llegaría. "Dispuesto a darte mis pies y ser lo más cabrón que pueda". Un curioso, pensé.
Como cada vez que contactaba con un macho, iba tirando del hilo para saber y conocer sus limites. "Entonces, si traes las chanclas, tendré que hacer algo en ellas" Chuparlas, dijo. ¿Qué parte? -pregunté yo. "¿Como que que parte, gilipollas? ¡Las vas a chupar enteras mientras me descojono en tu cara". Iba configurandose como el amo que estaba, que llevaba años buscando. El amo que haría de mi vida una auténtica cuesta abajo impulsada por su voluntad y sus cojones.
Fuimos quedando una vez. Y otra, y otra. Cada quedada, el sufrimiento se intensificaba, la humillación crecía. Javi era heterosexual -un hombre con dos cojones y un hombre de verdad- que compaginaba a su esclavo con la novia a la que trataba como a una Reina. Como una reina con el tributo de 40 euros que sacaba de cada quedada. Y de cada quedada sacaba yo lamer sus pies, adorar sus plantas, lamer sus zapatos, sus chanclas, que me pisara y patease la cabeza, auténticas montañas rusas de de dolor donde cada golpe con las plantas aumentaba mi sensación de no ser nada, de ser un mierda, de estar para él, de sometimiento a sus cojones.
Hasta que un día, en una de las quedadas, me dijo: ¿Tu harías cualquier cosa por tu amo?
- Claro, Don Javier.
- ¿Cualquier cosa?
- Si
- Tu amo va a casarse en dos meses. Eso significa que necesito dinero y ...
Los pies hundieron mi vida (Primera parte)
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