Escrito por: TUTORMAD
12976 palabras
Me llamo Luis, y vivo con mi madre en un piso pequeño interior de un barrio periférico de Madrid. Desde pequeño he sentido una profunda admiración por el cuerpo de los hombres. Siempre me entusiasmé mirando los movimientos de los deportistas, la fuerza de sus músculos, el contorno fuerte y precioso de sus formas. Me entusiasmaba mirar a los hombres en las calles y los parques. Ahora, a mis dieciocho años, había descubierto que esta admiración se había convertido silenciosamente en una pasión. Quería ver el sexo de los hombres, necesitaba descubrir en los demás ese mágico miembro sexual que me atraía con tanta intensidad y sentirme pequeño y sumiso ante ellos. Tuve la ocasión de verlos en la duchas del ayuntamiento de mi barrio, donde los hombres se enjabonaban y paseaban desnudos sin ninguna preocupación, absolutamente desinhibidos ante los demás. Mi pene, de regular tamaño, se ponía duro cuando les veía pasar delante de mí y tenía que cubrirlo con mis manos, muerto de vergüenza y oculto deseo.
Durante muchos años, al ser hijo único y habernos abandonado mi padre un año después de la boda, vivía con mi madre, como dije, en un pequeño piso en un barrio de los alrededores de Madrid. El piso era pequeño, pero confortable. Tenía dos dormitorios, un cuarto de baño y un saloncito con una mesa camilla donde comíamos y nos sentábamos a su alrededor para calentarnos si hacía frío porque teníamos un braserito eléctrico que nos calentaba mucho. Junto a la pared teníamos un pequeño aparato televisor de color. Debido a la situación económica en que nos dejó mi padre, mi madre se empleó como asistenta en una farmacia y yo, acabada la escuela, tuve la suerte de ser contratado como vendedor de una editorial. Esa labor me permitió tener libertad de movimientos dentro de la ciudad y ganar lo suficiente para que los dos pudiésemos tener una vida digna.
Además de los libros que vendía personalmente, tuve la oportunidad de deleitarme con muchas fotos de hombres desnudos fotografiados en una revista americana que yo debía distribuir. A veces me encerraba en el baño para disfrutar de su lectura y apasionarme recorriendo con mis ojos aquellos sexos de machos imponentes, cuyas nalgas redondas y musculosas me hacían desfallecer. Durante muchos días me dediqué a esta apasionante tarea, pero un día decidí hacer realidad mi sueño, conocer personal y físicamente a un macho y entregarme a él como una chica sumisa y obediente.
La realidad es que yo soy un muchacho normal, con el pelo rubio y la piel muy blanca, de mediana estatura, ni guapo ni feo, pero con una cara que mi madre consideraba muy bonita.
- ¡Tenías que haber sido una niña, guapa!- me decía de vez en cuando.
Y yo sonreía feliz porque me daba gusto ponerme interiormente en la situación de ser su hija y sentirme una joven hermosa, decididamente sumisa ante cualquier hombre que me quisiera. Porque ...
Sumisión, humillación, transformación, castración y traición
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