Siempre he sido discreto, dicen que parezco hetero y cuando confieso que soy gay la gente normalmente se sorprende y hasta creen que estoy bromeando. Tengo voz varonil, ronca y modales varoniles, por ello difícilmente sospechan que soy gay. Eso en cierta forma es un problema para mí, pues la mayoría asume que soy activo y dominante, cuando en realidad, en la intimidad me gusta el rol de sumiso, bien putita y obediente.

Tengo muchas fantasías con hombres machos dominantes pero rara vez coincido con alguno, aunque me fascine.
Tenía ya algunas semanas intercambiando mensajes con un macho que decía que le gustaría tener un putito a quien cogerse cuando le diera la gana, pero que no había muchos. Me contaba las cosas cerdas y guarras que me haría si me animaba a ir, que me quería bien puto y sumiso para atenderlo como a su macho. Él tenía de 37 años, 1.75, 80k, moreno, macho y velludo y me dijo que le encantaba dominar y humillar y que buscaba morbo; se me puso dura al instante cuando me dijo eso.

Varias semanas de chat caliente hasta que al final me animé y nos pusimos de acuerdo. Me advirtió que él siempre es el macho, bien hombre y que le encantan los putitos como yo para humillarlos mucho. ¿Te queda claro putito? – esa forma de dirigirse a mí, autoritario y vulgar me estaba calentando aún más. Era un viernes por la noche y recibí su mensaje que decía: “tengo ganas de un piche putito arrastrado que me atienda, traigo el calzón apestoso como te gusta y las patas ni se diga” te volverás loco oliendo y lamiéndome.

¿Vienes? – Al leer el mensaje me puse muy burro y desesperado por un macho, lo dude un poco hasta que le respondí que moría de ganas por ser su putita y que me poseyera. Me dio la dirección y fui, al encontrarnos en la calle, mi primera impresión no fue muy buena, era más atractivo en foto que en persona, sin embargo tenía un aspecto tan macho, que desde ahí empezó a calentarme. Todo fue muy normal al inicio, como dos hombres heteros que se saludan, me explicó cómo podría llegar más fácil la próxima vez (ya asumía que yo repetiría) y así muy normal hasta que entramos a su casa.

Al cerrar la puerta se acabó la cortesía y de inmediato me soltó una nalgadota que empezó a calentarme y me guio a la parte alta de la casa, fuimos a su cuarto y en el camino no paraba de manosearme con rudeza, como todo un macho.

Entramos al cuarto, me tomo por los hombros y con rudeza y de un solo tirón me hincó, quedando mí cara a la altura de su bragueta, me jaló del pelo obligándome a mirarlo a la cara y me dijo: ¿a esto viniste no putito? Y me soltó una cachetada que me hizo perder el equilibrio, no me lo esperaba pero me empezó a calentar más, si eso era posible. Con voz de mando me dijo: levanta mi pantalón y chúpame la pantorrilla - Me sentía humillado ahí, hincado, recibiendo órdenes y además pidiéndome que le lamiera – ...