Bueno, iba a poner una tercera parte pero he decidido que cierro ya este capítulo para poder permitirme abrir otro en un futuro. Para quienes os hayais leido las otras partes siento deciros que también están aquí haciendo que el relato sea completo para comodidad de la mayoria. No he cambiado nada de lo anterior (creo que está feo hacer eso) por lo que quizá se note alguna diferencia en la manera de escribir, espero que para mejor!

Espero que os guste!


Mi esclavo sin pensarlo.

Yo era un chaval gay, pero de esos gays de los que no lo aparentan. Es decir, masculino, con todos mis amigos heteros, sin pisar Chueca, habiendo tenido mis novias en el pasado, sin nada de pluma…es decir, todas esas cosas que hacen que tus amigos no piensen que eres gay.

Aunque un día me decidí y se lo conté a todos mis colegas. ¿Por qué no? Me consideraba lo suficientemente capaz de soportar casi cualquier cosa, y más decir a mis colegas que me iban los rabos, pues sí. Perfecto.

Así que todos mis amigos estaban al tanto, incluyendo uno al que tenía en muy alta estima y sobre el cual versa esta historia, si bien ya unos años mayorcito, concretamente con 24 años.

Antonio era un tío atractivo, masculino, divertido y muy ligón. De esos tíos que sin ser del todo guapos ligan porque tienen algo. Pues eso tenía él, algo que lo hacía tremendamente cachondo. Imaginaos, delgado pero muy marcado, facciones marcadas de la cara, andando algo chulillo, siempre con sus vaqueros y su camiseta y encantándole calentar a todas las pibas que pasaban por su lado.

Este amigo en cuestión al final era lo que no parecía, un romántico. El muchacho –Anto- había estado con varias pibas desde su adolescencia, era uno de los tíos que antes había perdido la virginidad y le gustaba mucho el estar con alguien, no soportaba estar solo. Sin embargo después de dos años con muchos problemas con mujeres (concretamente dos de las que estaba muy muy pillado) tuvo que dejarlo, no sin dificultades. ¿Las razones? Pues muy sencillo, le estaban destrozando, había perdido la alegría, las ganas, la esperanza y un largo etcétera que le caracterizaba.

Así que decidí tomar cartas en el asunto. Yo siempre había tenido una fuerte influencia sobre él. Nos conocíamos desde hace mucho, confiaba completamente en mí y además le había ayudado en muchas de sus relaciones anteriores. Mi recomendación desde hacía mucho era clara: dejarlo todo, con las dos. Cerrarlo para siempre, sin mirar hacia atrás; aprender a estar solo, a disfrutar de él mismo.

Obviamente esa no es una tarea fácil, sin embargo se lo puse mucho más sencillo con un simple truco: apoyarse en mí para todo. Y para todo es para todo. Es decir, si echa de menos a alguna y le apetecería irse a ver una peli pues nos vamos nosotros al cine. No tiene ganas de salir de casa porque está deprimido pues se le saca de casa y se l...