Escrito por: pcnso5
776 palabras
En alguna ocasión, algún amigo ha pedido un relato de tortura ambientado en la antigua Roma. Espero que este os guste
Tras días y días de asedio, el ejército romano había entrado en la pequeña ciudad. Sin duda, todos sus habitantes serían castigados pero, de momento, el cabecilla de la resistencia sería el encargado de soportar un suplicio ejemplar que sirviera de aviso para evitar posteriores rebeliones. La idea de la guarnición romana era aplicarle varias dolorosas torturas hasta pasar sus últimas horas agonizando en una cruz. Y todo, claro está, a la vista del conjunto de la población.
El líder elegido era un hombre maduro que fue llevado a la plaza más céntrica y amplia. Completamente desnudo, se pudo comprobar que, pese a su edad, aún conservaba un cuerpo fornido que resistiría, para su desgracia, las fatales horas que le aguardaban. Al final de la mañana, fue atado a una columna de mediana altura, que le obligaba a mantener el cuerpo arqueado hacia delante, postura ideal para recibir el primero de los castigos: la temible flagelación romana. Este método, tan difundido en todo el mundo en todas las épocas, era especialmente cruel en la vida cotidiana del Imperio Romano. Se aplicaba con un látigo que constaba de un mango corto, de cuero, y tres colas, una de las cuales terminaba en una pieza plana de madera, la segunda en un diminuta bola de metal y, la tercera, en un fino gancho que se clavaba en el cuerpo y, al retirar el flagelo, arrancaba piel y trozos de carne.
Para azotarle, como queda dicho el primero de los múltiples castigos que esa tarde y esa noche le aguardaban, se eligió a un joven soldado de 22 años, con unos bíceps pronunciados y conocido por su habilidad en el manejo del látigo. Nadie se atrevía ni tan siquiera a sollozar y, en medio de un sepulcral silencio, el muchacho, con el torso desnudo para facilitar los movimientos, atacó con ferocidad el costado derecho del hombre, lo que provocó un primer grito de dolor, pero que intentó no caer postrado de rodillas ante la columna.
La operación se repitió una vez, dos, tres… mientras la tierra de la plaza se mezclaba con regueros de sangre y apreciables trozos de piel y carne. Súbitamente, la víctima, que no había hincado la rodilla en tierra, cayó desplomada. El sublevado había muerto. Nadie sabía qué había sucedido: una problema respiratorio, un golpe mal calculado, un celo excesivo en la flagelación… Lo cierto es que la plaza callaba, los soldados miraban a sus jefes y el joven verdugo sentía que un agobiante terror que recorría su espina dorsal: él sería el siguiente en morir y tampoco lo haría de forma agradable.
El condenado no había sufrido lo suficiente y, ahora, él debía pagar por ello. Sabía cómo iba a morir. Mientras los habitantes del pueblo eran conducidos a diferente plaza, otros soldaos preparaban todo para ejecutar a su compañero, que ya estaba terminando de desnuda...
BRUTAL CASTIGO ROMANO
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