Escrito por: pcnso5
534 palabras
Jonás acababa de cumplir 30 años y llevaba casi dos en el campo de trabajo. En él, a los años de condena, se sumaba el duro trabajo diario y la severidad de los castigos físicos que se imponían a los presos y a los propios guardias. El joven llevaba varios días buscándoselo y se lo encontró. El castigo serían 40 latigazos delante de todo el personal del campo. Terminada la jornada, fue llevado al temible rincón de las ejecuciones, donde ya aguardabam todos, expectantes y temerosos. Para recibir este castigo, se había instalado una especie de portería, con grilletes en el larguero y en el suelo, que permitía atar al preso en forma de aspa sin que tuviera que acercar el cuerpo a un poste o pared. De este modo, se podía acceder a cualquier punto de la anatomía sin que ningún rincon de la piel quedara resguardado de los golpes.
La regla imponía, además, que el preso recibiera los latigazos completamente desnudo de modo que, si el verdugo cometia el error (que también pagaría) de no acertar con alguno de los golpes, el latigazo no se perderia entre la ropa. Al llegar a la portería, Jonás se quitó el polo y, a continuación, las botas y los calcetines aptos para la dureza dle terreno anexo. La retirada de los vaqueros precedió a la del calzoncillo, un juvenil slip de color negro de una conocida marca textil. Su desnudez no le provocó vergüenza alguna dado que no había una chica en muchos kilómetrso a la redonda y porque lo único que le preocupaba era el terrible dolor que sabía iba a soportar e los próximos minutos.
Una vez amarrado con las manos y pies separados, apareció un fornido guardia, algo más joven que Jonás, que no tardó en desplegar un látigo americano de una longitud sorprendente. Este modelo, e preferido de la cárcel, requería una habilidad especial para provocar el mayor dolor posible sin causar excesivas lesiones por mucho que éstas y sus secuelas fueran inevitables. El primer latigazo, terrible como los siguientes, provocó un ahogado grito de Jonás, que intentó no proferir más alto pero que le hizo estremecerse mientras creia no soportar el resto. El segundo llegó en el tiempo justo; se trataba de dejar al joven saborear el dolor del golpe pero, al tiempo, no permitirle recuperarse para el siguiente, que cayó sobre la espalda, costado y pecho como un rayo.
La técnica tenia su complejidad: el verdugo, que siempre llevaba una camisa sin mangas para facilitar la agilidad del brazo, hacía girar el látigo dos o tres veces sobre su cabeza para darle fuerza, lo dejaba caer con furia sobre el prisonero y, casi a la vez, lo retiraba bruscamente para que el cuero retrocediera quemando la piel. Durante varios minutos, sólo se oyó el ruido del látigo al girar en el aire, el chasquido contra el cuerpo y, casi al tiempo, el grito de dolor. Superados los primeros veinte azotes, Jonás creyó enloquecer de dolor. Grito un tiempo más hasta que las piernas se negaro...
CUARENTA LATIGAZOS
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