Mi lugar en el mundo 3. Nuestra primera vez.

Tras una noche de insomnio y ansiedad, tomé mi decisión a las 5:30 de la mañana. Me levanté, me duché rápidamente evitando tocarme más de lo necesario (llevaba casi 24 horas sin masturbarme y la sensibilidad era insoportable) y abrí mi armario para vestirme.

Dudé unos segundos antes de elegir exactamente la misma ropa que usaba siempre para entrenar: mis mallas de compresión negras que marcaban cada músculo de mis piernas y glúteos, una camiseta gris de Nike que se ajustaba a mi torso, y encima unos pantalones cortos deportivos negros. La única diferencia es que hoy no llevaba el bolso del gimnasio, solo las llaves, la cartera y el móvil en los bolsillos.

Salí de casa a las 5:40, calculando que tardaría unos quince minutos en llegar a pie a la dirección que me había dado. Calle Alfil 34. Conocía vagamente la zona, no muy lejos de Malasaña. Las calles estaban prácticamente desiertas a esa hora, solo algún trabajador tempranero y los camiones de reparto. El aire fresco de la mañana me ayudó a despejar la mente, aunque cada paso que daba hacia su dirección hacía que mi corazón latiera más rápido.

Llegué cinco minutos antes de la hora acordada. El portal era antiguo pero bien conservado, de esos edificios madrileños rehabilitados que mantienen la fachada clásica. Me quedé parado unos segundos frente al telefonillo, reuniendo el valor para pulsar el botón del 5ºB. Finalmente, con un dedo tembloroso, lo presioné.

No hubo respuesta verbal, solo el zumbido de la puerta al abrirse. Entré y subí las escaleras lentamente, como si cada escalón me diera una última oportunidad para dar media vuelta y huir. Pero no lo hice.

Al llegar al segundo piso, vi que la puerta del 5ºB estaba entreabierta. Respiré hondo y empujé suavemente.

—¿Hola? —dije en voz baja, entrando en un recibidor pequeño pero elegante.

—Estoy en el salón —respondió su voz, esa voz grave que recordaba perfectamente del vestuario.

Cerré la puerta tras de mí y avancé por un pasillo corto que se abría a un espacio amplio y luminoso. El salón era mucho más grande de lo que esperaba para un piso en esta zona: techos altos con molduras originales y suelo de madera oscura. Había grandes ventanales que dejaban entrar la luz del amanecer, al ser el edificio más alto de la zona y tener en frente solo azoteas de los edificios circundantes. Los muebles eran minimalistas pero de calidad evidente. Un sofá de cuero negro dominaba el espacio, frente a una mesa de centro de cristal. Estanterías llenas de libros cubrían una pared, y en otra había una televisión de pantalla grande frente a la que había un sillón reclinable también negro.

Y ahí estaba él, sentado en el sofá con aspecto soñoliento, vistiendo solo unos pantalones de pijama de seda gris que colgaban peligrosamente bajos en sus caderas. Su torso desnudo mostraba un físico aún m�...