No tiene nada de especial. Es un chico jovencito, más bajo que yo, del montón. Sin ninguna de esas características que hacen que mis ojos se vayan instintivamente.

Sin embargo, desde la primera interacción que tuve con él, no puedo evitar que mi culo palpite cada vez que me lo cruzo.

Es un cajero del Mercadona de mi barrio. La primera vez que me cruce con él fue al pagar por una de las cajas rápidas, de esas que sólo se puede pasar con cestas o carritos pequeños.

Iba yo distraído y al poner la compra en la bolsa, me olvidé de sacar la cesta de la mitad del camino.

- ¡Ey! ¡La cesta! - o algo parecido, fue lo que dijo en tono imperativo apuntando a la misma con el dedo índice y mirándome fijamente. O eso creí percibir.

La situación fue natural, sin impostar nada. Cada cual asumió el rol que le era más propio.

Con la mirada gacha, le pedí disculpas y aparte la cesta, que llevé conmigo hasta donde se juntan.

Sé que él se sonrió burlonamente porque desde ese día siempre que me cruzo con él me mira así, con sorna, aunque con cierta complicidad. Aunque también creo que la situación le sorprendió.

No puedo evitar buscarlo cada vez que entro a comprar algo. Aunque sé que lo más probable es que nunca llegue a pasar nada, mi mente vuela.

Me lo imagino con su uniforme sentándose en una silla en mi sala y sacando su polla fuera, ordenándome con su autoridad natural a que se la chupe bien.

Imagino que no es muy grande, pero tirando a gruesa y con una cabeza grande. Imagino que huele a sudor y meados del día, que me da asco y que él disfruta de ello. Es consciente de que no está limpio. Sabe que el impacto inicial al meterla en la boca no debe ser placentero y eso hace que él disfrute más.

Sus órdenes son concretas. No me habla más de lo necesario. Cuando no quiere hablar, deja que sus manos o pies hablen por él. Es así que sus manos empujan a mi nuca hundiendo su polla en mi garganta sin piedad.

Disfruta también estirando de mis pezones mientras sigo chupando su polla.

Quiero lamer su cuerpo, aunque temo que debe oler mal después de tantas horas de trabajo. Sin embargo, cuando me hace lamer sus pies mientras se pajea, me resulta placentero. Me mira, me mira mucho, le encanta verme rebajándome ante sus jóvenes años.

Fantaseo con que me pise, me mee, me escupa.

Tengo la certeza de que lo haría sentirse como el macho superior que quiere ser. Sin embargo sospecho, y creo que bastante acertadamente, que es más mi fantasía que la suya. No obstante, me están dando ganas de pasarme por el Mercadona. A pesar de ser sábado y el peor horario para hacerlo.