El chantaje

Todo empezó hace tres meses cuando me fotografiaron en el vestuario del gimnasio con otro tío mamándomela. No me di cuenta, pero alguien captó el momento perfecto: yo con los ojos cerrados de placer mientras aquel desconocido me chupaba la polla en las duchas.

Al día siguiente recibí un mensaje de un número oculto. "Bonita foto. Sería una pena que tu mujer, tu jefe y todos tus contactos la vieran, ¿verdad?"

Me asuste. Respondí inmediatamente. "¿Qué quieres?"

"Obediencia. Esta noche a las 23:00 en el parking del polígono industrial de Cogullada. Solo."

Llegué temblando, aparqué donde me indicaron. Un BMW negro se puso a mi lado. Bajaron dos tíos, uno de unos 35 años, musculoso, con barba, y otro más joven, rapado, con tatuajes en los brazos.

"Así que tú eres el maricón casado que se esconde," dijo el barbudo acercándose. "Me llamo Óscar. Él es Rubén. Y a partir de ahora nos perteneces."

Me agarró del cuello y me estampó contra mi coche. "Vas a hacer todo lo que te digamos. Cada puta orden. ¿Entendido?"

Asentí aterrado.

"De rodillas."

Me arrodille en el suelo del parking. Óscar se bajó los pantalones y sacó su polla ya dura. "Chúpamela. Y más te vale que lo hagas bien."

Me metió la polla en la boca sin delicadeza. La tenía gorda y caliente, y empezó a follarme la boca mientras Rubén nos grababa con el móvil. "Así tenemos más material por si se te ocurre negarte."

Óscar me agarró la cabeza con las dos manos y empezó a metérmela hasta el fondo, haciendo que me ahogase, que las lágrimas me saliesen. Deepthroat brutal, sin piedad. "Trágala toda, puto cerdo."

Se corrió en la garganta sin avisar, obligándome a tragármelo todo mientras casi vomitaba.


Primera noche en el almacén


Me llevaron a un almacén abandonado en las afueras. Dentro había más tíos esperando. Unos ocho o nueve, de todas las edades. Algunos con cervezas en la mano, otros fumando.

"Chicos, os presento a nuestra nueva putita. 41 años, casado, versátil. Está aquí porque no tiene más cojones."

Me desnudaron completamente mientras ellos seguían vestidos. La humillación era total. Todos me miraban, comentaban mi cuerpo, se reían.

"Vamos a empezar suave," dijo Óscar. "Ponte a cuatro patas."

Obedecí. Uno de ellos, un tío calvo y gordo de unos 50 años, se acercó por detrás con un cinturón. "Cuenta cada azote, maricón."

El primer latigazo me hizo gritar. "¡Uno!"

El segundo fue más fuerte. "¡Dos!"

Me azotó veinte veces seguidas, dejándome el culo ardiendo, marcado de rojo. Los demás se masturbaban mirando.

Luego vinieron todos en fila. Uno tras otro me metían la polla en la boca. Algunos la tenían pequeña, otros enorme. Algunos olían a sudor de todo el día. Me obligaba...