Escrit per: Cachopo
3954 paraules
Me llamo Miguel y este año he empezado a retomar parte de las rutinas que la paternidad me habían negado durante más de diez años. Y es que entre el trabajo y los niños, no tenía tiempo para mí. Había dejado de hacer deporte y me había descuidado, absorbido por la agenda de ministro que tenían mis tres hijos. El reconocimiento médico de la empresa, donde tanto el colesterol como los triglicéridos me habían dado por las nubes me dieron la excusa perfecta para recuperar algo de tiempo para cuidarme.
Por supuesto el médico me recomendó nadar, pero yo odio el agua. Que tu tío te enseñe a nadar, lanzándote al mar hasta que tu instinto de supervivencia te haga salir a flote, no funcionó en mi caso. Me se defender en el mar, ya que soy de costa, pero no esperes que te haga veinte largos seguidos. Un colega de la oficina me recomendó apuntarme a crossfit. Yo lo deseché de inicio, pero tras pagar varias cuotas de un gimnasio e ir menos que mi tío comunista a misa, volví a hablar con él del tema. Mi colega me habló de las bonanzas de ese deporte que a mi me parecía una tortura. Me dijo que él pensaba lo mismo que yo al principio, pero que pronto cambió de idea. Al final tuve que darle la razón. Me apunté a uno cercano a mi casa, para poder ir antes del trabajo. Mi mujer pensaba que no duraría ni dos días madrugando para ir a entrenar a las 7 de la mañana. Decidí hacerlo así para poder ocuparme de acompañar a mis hijos a las extraescolares y deportes varios que practicaban. Ana, mi mujer se sorprendió al ver que religiosamente me levantaba a las 6.30 y asistía a aquel entrenamiento militar. La realidad es que el ambiente era mucho más relajado de lo que me esperaba. Nadie se reía por poner pesos ridículos al inicio. Incluso Juan, el entrenador, me echaba la bronca cuando intentaba coger más peso del que mi maltrecho físico aconsejaba.
Como podéis imaginar, a esa hora éramos siempre los habituales, con pequeñas variaciones dependiendo del día. El que no fallaba era Alberto, una bestia de un metro noventa con músculos esculpidos por todo su cuerpo. Iba con su chica, Laura, un pibón a la que era imposible no mirar de arriba abajo mientras entrenaba. Su culo era como un imán para mis ojos, y con la excusa de ver como hacer correctamente los ejercicios me recreaba más de lo debido. Me había hecho muchas pajas pensado en ella con esas mallas, y viendo sus videos de instagram en los cuales siempre colocaba la cámara con un ángulo perfecto para resaltar esa parte de su anatomía.
Las pajas eran mi desahogo principal desde que había sido padre. Solo salpicado de un sexo frenético en las épocas en las que engendré a mis tres hijos. Y no es que sea ya un viejo que no se le levanta. Tengo cuanta y tres años, mi mujer siempre quiso ser madre joven y tuvimos a nuestro primer hijo cuando yo tenía treinta años y ella veintiocho. Tuvimos tres hijos varones en cuatro años, y no tuvimos más, ya qu...
Mi fisio Alberto
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