Escrito por: Bi_e_l
941 palabras
Después de mi maratón de sabores internacionales, me quedé con una sed diferente. Las mamadas me habían abierto el apetito, pero ahora quería algo más crudo, más humillante, algo que me pusiera al límite del miedo y el placer. En las apps empecé a filtrar por "watersports", "piss play", "lluvia dorada". El taboo me ponía la polla dura solo de leerlo: ser meado encima, en la boca, como un puto retrete humano. Era el paso siguiente natural después de tragar semen de medio mundo; quería que me marcaran de otra forma, más visceral. Encontré a Sergio: 40 años, perfil con foto de torso peludo y una descripción directa: "Amo experimentado busca sumiso para lluvia real. Lugares públicos. Sin excusas". Chateamos dos días: límites claros (nada de marcas, palabra "rojo" para parar, condón si follamos), pero él quería riesgo. "Baño del centro comercial Diagonal Mar, sábado tarde. Cubículo grande de minusválidos. Entra, arrodíllate y espera".
El sábado llegué al centro comercial con el estómago revuelto. Era mediodía pico: familias comprando, críos gritando, música ambiental por los altavoces. El baño de la planta baja estaba siempre lleno –perfecto para el anonimato, jodido para el miedo. Entré, miré alrededor: varios tíos orinando en los mingitorios, uno lavándose las manos. Sergio ya estaba dentro del cubículo grande, puerta entornada como acordamos. Empujé, cerré con pestillo, y ahí estaba: sentado en el inodoro, pantalones bajados, polla semi-dura en la mano, mirándome con esa sonrisa de depredador.
—Arrodíllate, zorra. Rápido.
Me quité la mochila, me arrodillé en el suelo frío y sucio del baño. El espacio era amplio, pero se oía todo: puertas abriéndose, cisternas, conversaciones fuera. Alguien tosió justo al lado. Mi corazón iba a mil.
Sergio se levantó, me agarró la nuca y me puso la polla en la cara. Primero me la metió en la boca un rato, para calentarme: dura, salada, con olor a hombre que ha estado todo el día fuera. La mamé hondo, babas cayendo, mientras él gemía bajo.
—Buena puta... ahora abre bien.
Se sacó, apuntó a mi cara y empezó. El primer chorro fue caliente, fuerte, directo a la frente. Me empapó el pelo, bajó por las mejillas. Abrí la boca como me había ordenado, y el siguiente fue dentro: salado, ligero, casi dulce porque me dijo que había comido fruta toda la mañana –piña y melón–. Tragué lo que pude, el resto me chorreaba por la barbilla y el cuello, empapándome la camiseta. El olor se extendió rápido en el cubículo cerrado: orina fresca, fuerte.
Fuera, el baño no paraba: pasos, una cremallera, alguien hablando por teléfono: "Sí, estoy en el baño, dame cinco minutos". Cada ruido me hacía temblar. ¿Y si alguien necesitaba el cubículo grande? ¿Y si llamaban a seguridad porque olía raro? El miedo me paralizaba, pero mi polla estaba dura como una piedra, goteando en los bóxers. Ese era el morbo: estar arrodill...
Capítulo 2: La Lluvia en la Ciudad Prohibida
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