Historia de Irrealidad - Parálisis Permanente - Primera parte

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Nota para mis sufridos lectores: Por una vez, y sin que sirva de precedente, el relato no estará protagonizado por un gordo, sino por un tío cachas, definido y rubio. Eustaquio el Mádelman, nuestro héroe, es un joven de admirables cualidades, si bien con poco talento para escoger sus compañías, lo cual bien podría conducirle al desastre. Imaginad, si os place, a un Ryan Gosling cañí, en una situación que claramente le desborda. Así pues, comencemos con el relato de lo que sucedió, como se suele decir, en aquella noche tormentosa (que no lo era, de hecho no caía ni una gota)...
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Ya sé por qué abandoné
Aquel curso, la facultad
Tu me regalaste mi primera botella

Jorge Martínez el Ilegal, lider de Ilegales (Q.E.P.D)


Tuvo que ser la ketamina. No el vacío existencial, o la incertidumbre sobre el futuro, o un profundo desánimo, al ver que el cielo no se decide a descargar. No, cada vez estoy más seguro de que se trataba de la maldita ketamina de Romualdo...

No es que, como decía aquel, abandonara la facultad por Romualdo; en realidad terminé Derecho con buenas notas, y ahora estaba de interno en un buen bufete, cobrando, bueno, lo que cobro. Viniendo de provincias, tuve que escoger irme a la gran ciudad, entre Madrilona y Barcedrid, finalmente escogiendo la primera. Pero sí es cierto que fue Romualdo quien me regaló mi primera botella, de ron Bacardi para más señas, en aquellos tiempos del campamento del Opus, en las montañas leonesas. Y no sólo eso, ya antes me había dado de beber otra cosa, en la oscuridad de la tienda de campaña, donde forjamos nuestra amistad y probé su semen por primera vez. Aquella fue una vacuna que me inmunizó contra el catolicismo, ya que, aunque confesaba al sacerdote cada semana "tres veces, padre", "cuatro veces, padre", "pensando en chicas, padre", ni loco iba a confesar el chupito que me había tomado en la tienda. El mundo, el pecado y la carne habían triunfado, cosa que he de agradecerle infinito a Romualdo, y por lo que es mi amigo de toda la vida, por sacarme a donde debía de salir.

Siempre he sido un tío bastante atractivo, deportista, definido, de cabellos rubio acerado que normalmente me peino hacia atrás. También viril, lo que creo que me salvó del otro peligro de los sacerdotes católicos, pero a pesar de ello algunos de mis queridos compañeros del campamento del Opus creo que se olieron la tostada, y con cierta aviesa mala intención, no exenta de envidia y quizás de sana y católica homofobia, me apodaron Eustaquio el Mádelman. Curiosamente no le hicieron eso a Romualdo, un tío moreno, algo peludo, quizás no tan deportista ni tan definido, pero aun así sin duda atractivo. Podéis atribuirlo a que él tenía algo más de...