Historia de un almacén (Basada en hechos reales)

Yo acababa de estrenar mis veinticinco años, cuando mi primer trabajo llamaba a mi puerta. Después de unos cuantos años dedicado a estudiar, ahora iba a tener un sueldo fijo, no dependería económicamente de nadie, y podría, por fin, empezar a disfrutar un poco de la vida, de la que, hasta entonces, apenas había bebido pequeños sorbos.

Mi carácter introvertido y tímido, junto al poco tiempo dedicado a salir de marcha, sumado a mis años de estado a la sombra del armario, habían conseguido que mi vida sexual, hasta ese momento, se hubiese limitado a encuentros fugaces, a escondidas, muchas veces poco satisfactorios, a una pequeña relación casi infantil y a varios amores platónicos que me torturaban más que me aportaban. Los mejores momentos los vivía en la intimidad de mi habitación, donde, con el uso de mi imaginación, conseguía dar rienda suelta a mis deseos más atrevidos y ocultos.

Tenía claro mi rol de pasivo, tras los primeros escarceos sexuales, así como mi carácter un tanto sumiso, como actitud general en la vida, y en particular en el sexo. Pero no había tenido relaciones donde esa faceta pudiera salir a relucir.

El recorrido hacia la oficina, donde iba a trabajar, al principio novedoso, iba a convertirse progresivamente en un ritual diario durante los próximos años. Lo bueno era que lo podía hacer andando, teniendo en cuenta la proximidad a mi casa.

A esas horas de la mañana, en las que apenas comienza a salir la luz del sol, eran muchos los negocios que me encontraba en mi recorrido, que también iniciaban su jornada.

Un día me fijo en uno de ellos, bueno, más bien en el chico que abría las rejas del establecimiento. Así, de pronto, parecía que estaba bien, era moreno, estatura media, tirando a alto, algunos años mayor que yo, nada sofisticado, unos vaqueros ajustados y una sencilla camiseta negra que dejaba adivinar unos brazos torneados y un torso natural, nada fruto de un trabajo de horas en un gimnasio, sino, probablemente, reforzados por su trabajo físico en su labor diaria; un bonito perfil, guapo, piel clara, ligeramente bronceada por los días del verano que ya empezaban a remitir y … esas manos, sí me gusta fijarme en las manos, eran grandes y fuertes, con dedos anchos, que agarraban y levantaban con firmeza las persianas de la puerta y las rejas de las ventanas del negocio.

El establecimiento no tenía nada de glamour, se trataba de un comercio de venta de artículos relacionados con el motor: neumáticos, recambios, herramientas, aceites… en un local bastante cutre, que se veía que ya tenía unos cuantos años de historia.

Al pasar delante de él, me coincidió de espaldas, esa nuca perfecta, esa mandíbula marcada y masculina, con barba de dos días, y una fugaz mirada de reojo, a la que yo respondí disimulando con un cambio rápido de mi objetivo visual.

Los siguientes días y semanas se convirti...