Escrit per: MasterJuan
2177 paraules
IV.-
Con un guardaespaldas permanente, era poca la libertad la que gozaba Beltrán. Una nueva universidad, viviendo en un apartamento exclusivo, lejos de todo contacto social, dedicaba su tiempo a estudiar, mucho, y a realizar ejercicios. Tenía un pequeño gimnasio en su residencia. Una trabajadora le preparaba los alimentos, hacía el aseo y se preocupaba de todas sus necesidades.
Su guardaespaldas era un israelí, de 28 años, muy atlético, reservado y profesional. Contratado personalmente por su padre, era una persona de la exclusiva confianza, muy leal y sin ningún cuestionamiento. Había trabajado como guardaespaldas de un político y así lo conoció el padre.
Estaba siempre con Beltrán y el día que estaba libre, era habitual que llegase otro custodio, que el titular personalmente seleccionaba y supervisaba. Hubo al menos tres hasta que finalmente fue un colombiano de 26 años el que empezó a cumplir ese rol. Era un ex soldado, bastante atlético (no tanto como el israelita), un poco más conversador, de piel más oscura que Beltrán, de su misma estatura y que solía ejercitarse con él. Aparte, pasaba casi todo el día en casa, porque el domingo no solía salir a ninguna parte.
Si el israelita no había ninguna comunicación, salvo decirle adonde iban a ir y estar dispuesto a recibir una negativa, con el colombiano había una cierta afinidad y cercanía.
El colombiano se llamaba Elian, de Cali, ex soldado de fuerzas especiales, que ahora fungía de custodio por una compleja historia de la que Beltrán se fue enterando poco a poco, en conversaciones esporádicas al principio y mas frecuentes mientras hacían ejercicios: era una historia de tráfico de drogas, falsos positivos, huída, paramilitares, mercenario y custodio.
Beltrán fue deseando tener estas conversaciones cada domingo. Era casi una adicción. Había algo que le llamaba la atención de Elían: quizás que era atractivo, gentil, siempre disponible, mucho más cercano que el israelita, y que le acompañaba y no solo custodiaba.
Es necesario aclarar que Beltrán era heterosexual, aunque hubo ocasiones en que se cuestionó esa circunstancia hace un par de años, pero reprimió esa derivada y nunca concretó ninguna acción que pudiese ser considerada homosexual. Pero lo que había ocurrido durante su secuestro le volvía a su mente con una reiteración que le resultaba enfermiza y violenta: ser penetrado por un perro era algo que lo había marcado. Se había tratado de negar a esa posibilidad, pero en el fondo sabía que a pesar del dolor y la humillación, había sentido excitación en esa violación.
“¿Por qué me pasa esto?” “¿Por qué no puedo olvidarlo?”, eran preguntas que se formulaba una y otra vez en noches de pesadillas intensas, que lo despertaban completamente sudado y agitado, sin poder volver a dormir.
No se podía sacar eso de su mente.
...
El Miedo (Parte IV)
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