Escrit per: Bi_e_l
963 paraules
Me desperté solo en mi cama, con el cuerpo aún dolorido y el olor a semen y pis pegado a la piel, aunque me había duchado tres veces antes de irme del loft de Víctor. Eran las cuatro de la mañana, y el silencio de mi piso en Lavapiés me aplastaba como una losa. Pablo, me dije a mí mismo mirándome en el espejo del baño, ¿qué coño has hecho? El reflejo me devolvió una cara demacrada, ojos rojos de llorar en el metro de vuelta, moretones leves en las caderas donde me habían agarrado con fuerza. Me sentía roto por dentro, como si me hubieran vaciado el alma a hostias, lapos, meadas y pollas.
La noche anterior había sido... joder, había sido todo. Cuando llegué al piso de Víctor y Raúl, estaba excitado como un crío en Navidad. Siempre había fantaseado con tríos, con ser usado como una puta sumisa, con dejar que me dominaran sin piedad. En los chats de BDSM, me ponía burro solo de leer relatos de gangbangs, de lluvias doradas, de ser el centro de atención de machos que me trataran como un objeto. Y al principio, con Víctor y Raúl, fue perfecto. Sus pollas en mi boca y mi culo, los insultos que me hacían sentir vivo, el morbo de estar de rodillas, tragando, gimiendo. Disfruté cada segundo. Me corrí sin tocarme, joder, eso no me pasa nunca. Era como si mi cuerpo estuviera hecho para eso: para abrirse, para recibir, para ser llenado.
Pero luego vino la sorpresa. Diez tíos en total. Diez. Cuando entraron, el miedo me paralizó. Quise gritar "rojo", la palabra de seguridad, pero algo me detuvo. ¿Era el morbo?, ¿El miedo a decepcionarlos?, ¿O esa voz interna que siempre me dice que soy una zorra que se merece lo peor?, o realmente es lo que soy, una sumisa. Me deje llevar por el caos: pollas por todos lados, lapos en la cara que me escocían como bofetadas emocionales, meos calientes chorreando por mi cuerpo, en mi boca, en mi pelo. Penetración anal que me abrieron hasta los límites insospechados, dedos que me rasgaban el culo, simulando mini fisting. Y en medio de todo, gemía de placer. Creo que internamente me corrí como dos veces más, perdido en ese torbellino de testosterona y humillación. Era como si mi cuerpo traicionara a mi mente: "Sigue, puta, te encanta", me decía mientras tragaba orines y semen.
Ahora, sentado en el borde de la cama con una taza de té que no me bebía, me sentía vacío. Sucio. No solo por fuera –eso se lava con jabón–, sino por dentro. Como si me hubieran usado tanto que ya no quedara nada de mí. ¿Quién era yo antes de esto? Un tío normal, con un trabajo normal, amigos que no saben nada de mi lado oscuro, una familia que me quiere. Siempre he sido gay, liberal, promiscuo. Me he tirado a decenas de tíos en saunas, en parques, en coches, mi coto de caza, las apps gays. Me encanta el sexo sin ataduras, ser la zorra que abre las piernas y dice "úsame". Pero anoche crucé una línea. Diez machos me trataron como un retrete humano, y yo lo permití. ¿Por qué? ¿Es es...
El dia que lo cambio todo. Epilogo
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