Diario del Capitán de Navío.

Don Baltasar de la Cueva y Mendoza
Faro de Cabo de Gata – Almería, Reino de España
Comienza el 17 julio 1891
A las cinco y media de la mañana, con la marea baja, lo vi entre las rocas negras de la Punta de la Polacra.
Un muchacho español, flaco, de piel de leche quemada por el sol, cabello oscuro empapado.
Llevaba el chaleco salvavidas de «Isla de Cuba», hundido hace tres días frente a Carboneras.
Lo cargué en brazos hasta el faro.
Pesaba menos que la caja de aceite de oliva.
Lo desnudé, lo lavé con agua de la cisterna, lo metí en mi cama.
Tiene fiebre alta.
Le di láudano y coñac de la despensa de oficiales.
Duerme.
Lo miro y ya sé que no volverá al mundo.
El mar me lo ha entregado.
19 julio
Ha abierto los ojos.
Castaños claros, asustados, hermosos.
Intentó hablar; solo salió un gemido.
Le puse un dedo en los labios.
«Silencio. Aquí mando yo.»
Bajó la mirada y asintió.
Le di agua con miel de Cabo de Gata de mis propios dedos.
Tragó obediente.
Buena señal.
23 julio
Ya no tiene fiebre.
Lo baño cada atardecer en la tina de latón, bajo el aljibe.
Al principio se tapaba; ahora ya no.
Le corté el pelo con mis tijeras de navegación.
Le queda mejor corto.
Le puse una de mis camisas viejas de lino; le llega a medio muslo.
Se miró en el espejo de a bordo y se sonrojó.
Le dije que estaba más guapo así.
Se sonrojó más.
1 agosto
Le ato las muñecas cada noche con cabo de cáñamo fino.
Le digo que es «para que no se caiga de la cama en sueños».
No sueña con caerse.
Sueña conmigo.
A la tercera noche ya extiende él mismo las muñecas cuando me ve entrar con la cuerda.
15 agosto
Le he quitado toda la ropa.
Ahora solo lleva un pareo de lino blanco que anudo yo cada amanecer.
Sube los 148 escalones del faro descalzo detrás de mí.
y limpia la óptica de 1.ª orden con gamuza y alcohol de quemar.
Enciende la lámpara a las 19:12 exactas.
Cuando terminamos, se arrodilla sin que se lo ordene y espera.
Le acaricio el pelo.
Le digo «buen chico».
Se le saltan las lágrimas.
Las recojo con el pulgar y se las hago lamer.
3 septiembre
Esta noche lo senté en mis rodillas frente al gran ventanal de la linterna.
El faro giraba.
El haz barría el Mediterráneo vacío.
Lo abracé por detrás.
Le tapé la boca con la mano.
Entré en él muy despacio.
No gritó.
Solo tembló y lloró contra mi palma.
Cuando terminé, se quedó dentro de mis brazos hasta el amanecer.
No pidió bajar.
No pidió ropa.
No pidió nada.
30 diciembre 1891
Ya no recuerda su nombre completo.
Cuando le pregunto cómo se llama, baja la mirada y responde:
«Lo que usted quiera, mi capitán.»
Le he puesto una argolla de plata f...