Educando a un hetero curioso

Javier, Marcos y Álex se conocían desde hacía años. Javier y Marcos eran colegas de toda la vida: mismos bares, mismas juergas, mismas resacas. Javier era el típico hetero de manual: novias largas, fútbol los domingos y una polla gruesa que, de vez en cuando, cuando iba muy borracho o muy colocado, dejaba que Marcos se la chupara en el baño de algún garito. Nunca hablaba de eso al día siguiente. Marcos era el macho alfa del grupo: alto, tatuado, pollón de veintidós centímetros que se le marcaba en los vaqueros, y un carácter que imponía respeto sin esfuerzo. Álex lo había conocido en una app hacía poco; un pasivo vicioso, morbosísimo, con culo depilado y una boca que parecía hecha para tragar polla.

Una noche, después de unas cervezas de más, Marcos soltó la idea en el piso de Javier:

—Tío, Álex quiere probar dos pollas a la vez. Dice que se muere por mamarlas juntas. ¿Te animas? Solo es una mamada, Javi. Como las otras veces, pero con público.

Javier se rio nervioso, se rascó la nuca.

—No sé, Marcos… eso ya es otro nivel. Yo contigo… bueno, vale, pero con otro tío mirando…

—No mira que no.

Marcos le puso la mano en el hombro, esa mano grande que siempre lo tranquilizaba.

—Relájate, colega. Álex es un puto crack. No va a tocarte si no quieres. Solo va a chuparnos las pollas. Tú te corres y ya. Nadie se entera.

Al final, entre risas y más birra, Javier dijo que sí. Ahora estaban los tres en el salón, luz tenue, música baja, el aire cargado de ese olor a testosterona y nervios.

Álex se arrodilló delante de ellos con una sonrisa pícara. Llevaba solo unos boxers ajustados que marcaban un culito redondo y duro. Miró a Javier con ojos dulces.

—Tranquilo, guapo. Si en algún momento quieres parar, paras. Solo quiero que disfrutéis.

Javier tragó saliva. Marcos ya se había bajaba la cremallera sin complejos, sacando esa verga monstruosa, venosa, cabezona, que ya estaba medio dura. Álex soltó un gemido bajo al verla.

—Joder, Marcos… cada vez que la veo me pongo más cerdo.

Marcos se rio, le revolvió el pelo.

—Dale caña, puto.

Después miró a Javier.

—Venga, tío. Sácala. Mira qué boca tiene este cabrón.

Javier, rojo como un tomate, se desabrochó el pantalón con manos temblorosas. Su polla salió tiesa, más corta que la de Marcos pero gorda, con la cabeza brillante de precum. Álex la miró como si fuera un tesoro.

—Hostia, qué rica… Mira qué gorda la tienes, Javi. Me la voy a comer enterita.

Se acercó despacio, primero a Javier. Le acarició los muslos, subió las manos hasta los huevos, los masajeó suave.

—¿Puedo?

Javier asintió sin hablar. Álex sacó la lengua y lamió desde la base hasta la punta, despacio, saboreando. Javier soltó un j...