Moldeando a Jose: una semana en castidad (V - Final)

(Madrugada del domingo)
Ya en el taxi Jose estaba desatado.
- Para - le susurré al oído.
No hacía más que besarme mientras me tocaba la polla. Al principio, cuando entramos, empezó disimulando por encima de la ropa. Sin embargo, ahora mismo estaba ya intentado meter la mano por debajo del pantalón para tocarla de verdad. Yo estaba muy cachondo por toda la situación: volví a activar su dildo, que seguía vibrando en su culo a ritmos irregulares (en el silencio del taxi podría jurar que llegaba a oírse tenuemente), su rabo enjaulado dentro de su ropa interior sucia por mi corrida antes de salir. Cuando llegara a casa le iba a destrozar, pero en el taxi quería mantener el control.
- ¿Te da vergüenza? - me dijo al oído. Cuando se apartó vi que el cabrón estaba sonriendo. Le gustaba desafiarme. Él sabía que me daba algo de vergüenza desinhibirnos tanto en el taxi, y en circunstancias normales probablemente Jose también se hubiera sentido igual, pero estaba tan cachondo que sus ganas de jugar superaban su necesidad de discreción. Y las copas de más que llevaban no ayudaban.
- Como no pares te enteras cuando lleguemos a casa - le susurré, cachondísimo, pero con algo de mal humor.
No paró. De hecho, mi comentario le envalentonó aún más para intentar alcanzarme el rabo bajo la ropa. Le di un pellizco en cuanto noté que lo intentaba.
- Au - se quejó.
- Ya hemos llegado - anunció el taxista.
Menos mal.
Pagué y salimos del coche.
Nada más entrar en el portal le cogí bruscamente de la camiseta y le arrastré a la pared. Me abalancé sobre él y, apoyando mi brazo sobre su pecho, lo inmovilicé.
- ¿Te gusta vacilarme? A ver si vas a salir perdiendo.
Con la otra mano, busqué sus huevos debajo de los pantalones. Mis dedos tocaron restos húmedos que, al principio, pensé que serían restos de mi propio semen. Sin embargo, luego me di cuenta de que era él, que estaba soltando una cantidad de precum descomunal.
Mi objetivo era otro: sus huevos. Los agarré y apreté lo suficiente para hacerle gemir. Su expresión cambió, hacia la súplica. Pero sus ojos no tenían ni un signo de vergüenza. Pedía más.
- Lo siento - dijo. Apreté un poco más para verle de nuevo gemir. No decía “para”, lo que para mí era clave. “Fetiche nuevo desbloqueado”, pensé para mi mismo.
Cuando consideré que ya había sido suficiente, paré y saqué la mano.
- Limpia - le ordené. Metí mi mano en su boca, y fui pasando todos mis dedos por su lengua -. Me has dejado la mano perdida. Vas chorreando de lo cachonda que estás.
- Lo siento - repitió, mientras limpiaba.
De vez en cuando, sin dejar de aplastarle contra la pared, metía mis dedos con más profundidad en su boca, para ir entrenando. Esa noche quería ver hasta qué punto de degradación era capaz de soportar.
- Tienes hambre - le decía -. Mira cómo tragas - y llevaba mis dedos m�...