DIARIO DE UN GYMBRO 1

Nunca he sido un chico que destaque por los estudios. Tampoco he sido un zopenco. No. En clase siempre estaba en la media. Si sobresalía, ni me presentaba en los exámenes de repetición. Pero lo que sí me ha costado siempre es desarrollar mis ideas por escrito. A los profesores de lengua siempre los he traído por la calle de la amargura con eso, hasta que una vez, en primero de bachillerato me encontré con uno que me propuso algo que ha hecho que hoy en día escribir sea una de mis pasiones. Después de los entrenamientos, claro.

— Luca, creo que te vendría muy bien escribir un diario. Podrías hacerlo sobre tu día a día en el gimnasio y en los entrenamientos. Ya que eso es lo que más te motiva.

Y así fue. Funcionó. Empecé a escribir casi diariamente cosas sobre mis entrenamientos, mi dieta etc. Y si bien al principio lo dedicaba más a enfocarlo como un libro en el que podía plasmar mi evolución física, luego se convirtió en un amigo al que le revelaba los secretos más íntimos sin que me juzgara.
Ahora me atrevo a compartir alguno con vosotros.
Estos fragmentos son de cuando tenía 17 años y acababa de empezar segundo de bachillerato.

🏋️‍♂️ Diario de gimnasio — Viernes 17/02/2017

Hoy el ambiente del gym estaba más cargado de lo normal a pesar de que hubiera menos gente. El frío hace que baje el ratio de personas y eso me gusta. No tengo que esperar a que otros acaben en las maquinas, casi las tengo disponibles cuando quiero.
Sin embargo, el olor a sudor era más intenso que otras veces, lo cual me tenía un poco más cachondo de lo habitual. Ese olor intenso a humanidad entrenando duro, siempre me la pone a cien.

Era día de pierna, un infierno en vida, por eso había decidido ponerme la música a tope. Tanto que no escuché lo que me decían hasta que me tocaron el hombro en la maquina de hip thrust.

— Perdona, ¿cuántas te quedan?

Es una pregunta que a los que vais al gimnasio os sonará por repetida, pero en ese momento empecé a balbucear como un idiota sin responder nada comprensible.
Y es que ante mi se había presentado un hombre de unos 35 años, moreno con algo de tupé, barba de tres días, pendiente negro de madera en la oreja izquierda y con una camiseta gris y un pantalón negro corto que le apretaba hasta casi estallar. Estaba muy fibrado y empezaba a tener esas perlas de sudor que dan los primeros minutos de calentamiento. Con una sonrisa suave intentaba comprender lo que había dicho.

—Lo siento, no te he entendido— dijo con una voz amable.

— Perdona, eh… dos repe…repeticiones y listo.

—Genial, espero entonces.

Fueron las dos repeticiones más tensas de mi puta vida. Ese pedazo de maromo mirándome y yo intentando concentrarme en no empalmarme. Creo que lo conseguí pero estaba tan tenso y nervioso que no recuerdo con nitidez a...