Un macho de verdad 3ra parte

Tras un rato bastante largo, el macho se asomó a la puerta del baño. Apoyando un su antebrazo en alto sobre el marco de la puerta del baño, me observó uno segundos sin decir palabra y con una mueca de burla mientras apuraba unos tragos de cerveza.

Se acercó, dejó el botellín en el suelo, cogió el teléfono de la ducha y lo apunto hacia mi. El agua salió fría.

- ¿Qué esperabas, marica, que saliera el agua tibia? Aquí estás para lo que estás y si algo no te gusta, te jodes. Coge gel y friégate bien que das asco. Bueno. Asco das igual, pero encima hueles fatal.

Me limpie lo mejor que pude, aunque no importaba cuanto lo hiciera, yo tenía el olor impregnado en mi interior. Me sentía terriblemente pero justamente humillado.

- Gírate y muéstrame tu culo.

Sus dedos toscos se adentraron en mi recto rebuscando los calcetines que me había metido hace ya bastante raro. La verdad es que estaba tan impactado por lo sucedido que casi me había olvidad que estaba allí. No así la jaula de castidad que no había dejado de castigar mi pene, pues cada vez que pensaba en el modo en que me trataba ese macho prepotente y vicioso me excitaba produciendo un rechazo inmediato de sus pinchos internos.

Saco sin ningún cuidado los calcetines enrollados que se encontraban en mi interior, que ya secos me rasparon al quitarlos produciendo una mezcla de placer e incomidad.

- Mira como me los has dejado. Inservibles. Te los debería hacer comer – dijo estas palabras con una violenta tranquilidad que me estremeció pues sé que se estaba conteniendo de no ponerlos en mi boca – Muéstrame el clítoris.

Volví a girarme ya completamente de pie exponiendo la jaula de castidad hacia él, con la mirada siempre hacia el suelo, rogando en silencio que me quitara el artilugió.

Me quitó con tranquilidad la jaula liberando mi atormentada polla. Sentí una especie de descarga eléctrica cuando lo hizo. Comenzó a acariciar la piel con la punta de sus dedos, lo que me relajó pero no por ello me dejó de provocar un ligero dolor.

- Estás toda mojada como una puta. ¿Te das cuenta lo cerda que eres, zorra maricona de mierda?

Dijo esto acercando su mejilla a la mía. La proximidad era tal que sentí los vellos de su pecho en mis pezones, el olor de sus axilas me reconfortaba. Me sentía una mierda, sí, pero una mierda importante por era su mierda, la de un verdadero macho.

- ¿Te mueres de ganas de que te bese? ¿Verdad?

- Sí – tembló mi voz con mi cuerpo.

- Ni lo sueñes, bujarrón. Yo soy un macho. No me van las mariconadas. Lo único que vas a recibir de mi boca son escupitajos.

Sin que me lo tuviera que decir, abrí bien grande la boca para que escupiera dentro. Aquello pareció encantarle. Junto flemas en su garganta y me echó un buen para de lapos dentro. Luego lo coronó sonándose nueva...