El profesor y los gitanos

Un profesor de instituto que, volviendo a casa de noche de fiesta, se mete en la calle equivocada y se encuentra con un grupo de 4 gitanos de 20-25 años que ven la pinta de maricón que tiene y le dicen: "Princesa, ¿dónde vas?..."

El profesor, de 35 años, con gafas y aspecto pulcro, se queda paralizado al ver a los cuatro jóvenes bloqueándole el paso. Llevan chándal, deportivas caras y cadenas de oro. El más alto, con el pelo engominado hacia atrás, se acerca con una sonrisa burlona.

"Mira que tenemos aquí, chavales. Un mariconcillo perdido" dice mientras los otros se ríen. "¿Qué pasa, profe? Que se te nota de lejos lo que eres."

El profesor intenta hablar pero solo balbucea: "Yo... yo solo quería..."

"¿Tú solo querías qué, princesa?" le interrumpe otro, más bajito pero con los brazos llenos de tatuajes. "¿Buscabas diversión? Pues la has encontrado."

Le rodean mientras el del pelo engominado se quita una zapatilla. El olor a pies sudados invade el aire nocturno. "Venga, lámeme esta deportiva, maricón. A ver si así aprendes por dónde no tienes que meterte."

El profesor siente cómo se le seca la boca del miedo y la excitación a la vez. Sin poder resistirse, se arrodilla en el suelo sucio del callejón y comienza a lamer la suela de la zapatilla mientras los cuatro heteros se mofan de él.

"Joder, qué asco me das, pero qué obediente eres" se burla el tercero, sacándose la polla por encima del chándal. "Abre la boca, que te voy a dar tu merecido."

El profesor abre la boca automáticamente, sintiendo cómo el líquido caliente le llena la garganta mientras los otros tres se ríen a carcajadas.

"Mira cómo se lo traga todo, el muy cerdo" dice el del pelo engominado mientras se baja los pantalones. "Ahora me vas a lamer los pies como Dios manda, maricón."

Se quita los calcetines sudados y se los mete directamente en la boca del profesor. El sabor salado y acre le provoca arcadas, pero no puede parar. Los otros dos también se van desnudando los pies.

"Venga, que queremos todos" dice el de los tatuajes, sentándose en un escalón. "Chúpame los dedos uno por uno, princesa. Y nada de hacer ascos."

El profesor, completamente sometido, va pasando de pie en pie, lamiendo entre los dedos, tragándose la suciedad acumulada del día. El cuarto, que había estado callado, se agacha y le susurra al oído:

"¿Te gusta ser nuestro juguete, maricón? Porque esto no ha hecho más que empezar."

Se baja el chándal y se coloca encima de la cara del profesor. "Abre bien la boca, que te voy a dar tu cena."

El profesor siente cómo le depositan el primer zurullo directamente en la lengua, mientras los otros tres se masturban viendo la escena y planeando en voz alta qué más van a hacerle hacer a su nueva mascota.

"Mañana vienes aquí a la misma hora, ¿entendido? Ya...