A sus órdenes, señor amo ll. Sucio, rico y tuyo

El despacho estaba en silencio. Enrique esperaba de rodillas, desnudo, exactamente como Aarón había ordenado. Las cortinas cerradas. El móvil apagado. La cuenta bancaria abierta en el portátil frente a él. Lo único que llevaba puesto era un collar de cuero con una pequeña etiqueta grabada: “propiedad de Aarón”.

El joven apareció a las nueve en punto. Iba con su chándal gris, la camiseta de tirantes sudada y una bolsa del gimnasio colgando del hombro.

—Vaya, vaya… qué obediente está hoy mi banquero.

—Bienvenido, amo —susurró Enrique, la voz temblorosa de lujuria y adoración.

—¿Y esa pantallita abierta?

—Es mi cuenta personal… y mi tarjeta está en tu bolso. Hoy quiero que me arruines, amo.

Aarón alzó una ceja. Se sentó en la silla ejecutiva del empresario, abrió el portátil y silbó al ver las cifras.

—¿Esto es lo que tienes?

—Sí, amo. Todo. Bonos, acciones, efectivo. Es tuyo si lo deseas.

Aarón se echó hacia atrás, con una sonrisa ladeada.

—¿Y qué te da por querer que te vacíen las cuentas, ricachón?

—Ver cómo usted se folla mi dignidad, mi trabajo… mi fortuna. No hay nada más humillante. Nada más perfecto.

El joven lo miró un instante, luego se levantó y caminó hacia él, lento. Se sacó la camiseta. Dejó caer la bolsa. Pisó la mano de Enrique con fuerza.

—Entonces ponte bien, perra de Wall Street. Hoy voy a romperte… y a comprarte a ti mismo con tu propio dinero.

Lo hizo tumbarse en la mesa. Enrique se arqueó al sentir la presión del cuerpo joven sobre el suyo. Aarón lo penetró sin preguntar, mientras tecleaba con una mano en el teclado:

—Vamos a empezar fácil… 10.000 euros a mi cuenta. —Teclado. Pulsación. Transferencia realizada.

Enrique gimió.

—Ahora… una mensualidad automática. 5.000. Cada primero de mes. —Click.

El empresario se corrió con violencia, temblando bajo él.

—¿Te corriste por una transferencia, zorra rica?

—Sí, amo… no soy nada sin usted. Todo lo mío… es suyo.

Aarón escupió en su cara. Luego le metió la ropa interior sudada en la boca.

—¿Quieres vivir en mi barrio? ¿En mi piso de mierda?

—Sí, amo.

—¿Quieres que venda tu Mercedes para comprarme un quad?

—¡Por favor, sí!

Aarón reía mientras seguía follándolo.

—Eres la mejor inversión que he hecho, banquero de mierda.

La sesión duró más de una hora. Cuando terminó, Enrique estaba cubierto de sudor, semen y lágrimas. El portátil seguía abierto, mostrando la cuenta ahora notablemente más vacía.

Aarón se limpió con una servilleta, se subió los pantalones y antes de irse, dejó una nota sobre la mesa:

“La próxima vez quiero...