El comienzo II

Esa tarde, me dejó marcharme justo un tato antes de que su abuela regresara de trabajar. Cuando él quería, íbamos a su casa y se hacía lo que él quería. A veces simplemente mirábamos una película o hablábamos. Otras, me hacía chupársela.

En otras ocasiones, sólo me abrazaba y dormíamos una siesta. A mí me costaba dormir, no quería moverme y despertarle. Sentía su respiración caliente en mi cuello y disfrutaba de ello.

En una de esas ocasiones, termine dormitando. Me desperté sobre saltado cuando sentí que me estaba quitando los pantalones.

- ¡Eh! Quietita. Hoy te voy a estrenar. Me pusiste muy cachondo moviendo tanto tu culo.

- ¿Qué? No, por favor.

- Ya es hora de que seas mi mujercita.

Yo estaba aterrado. Le temía al dolor, aunque sabía que era lo que tocaba y que tarde a temprano tendría que pasar por ello. La verdad es que quería sentirle invadiéndome y tomando posesión de mí.

Se empezó a desnudar y me ordenó, sí, no lo pidió, lo ordenó, que hiciera lo mismo. Sentí un gran pudor, pues nunca había estado desnudo frente a él, ni nunca le había visto totalmente desnudo hasta el momento.

Su cuerpo era el de casi un hombre. Delgado, con vello en el pecho y piernas, hombros anchos. Me quedé contemplándole con mis mejillas encendidas.

- Si no te desnudas, te quito la ropa yo.

Me desnude intentando cubrirme lo más posible mientras lo hacía. Él me hizo poner de pie para verme bien, mientras yo miraba al suelo con angustia y vergüenza. Temía no gustarle.

Se puso a mis espaldas, presiono su pene ya erguido entre mis nalgas y me abrazó desde atrás cogiendo entre sus manos mis tetitas.

- Eres perfecta. Eres mi maricona, mi chica. Me gustas como eres – dijo abrazándome fuerte - ¿vas a ser una buena chica y entregarte a mí?

Respondí casi en un susurró que sí.

- Recuéstate boca abajo.

Así lo hice. Escuche un ruido a plástico rompiendo. Me alegré que se estuviera poniendo un condón. Aunque sinceramente no hubiera sabido negarme si no se lo hubiera puesto. Luego sentí su dedo mojado metiéndose en mi ano. La sensación me resultaba molesta e invasiva, pero a la vez sentía la necesidad de complacerle. Para mí lo que importaba era tenerle satisfecho.

Unos momentos después sentí una presión en la entrada de mi recto. Estaba lentamente introduciendo la cabeza del pene. Me costaba relajarme, aún me cuesta, pero su pene iba entrando.

En un momento, le gaño su impaciencia y forzó todo el pene de golpe dentro. Lancé un grito. Él respondió dejando caer todo el peso de su cuerpo sobre mí y tapándome la boca con una de sus manos mientras con la otra me abrazaba restringiendo mis movimientos.

- ¡Eso! ¡Así! ¡Ábrete! Ves que te gusta. Eres mía ahora.

Sí, me gustaba. Aunque creo que cuand...