El comienzo

Si bien este relato esta basado en una situación real, lo vivido es una pequeña anécdota inocente. El resto forma parte de mi imaginación y de lo que podía haber sido, si hubiera elegido la página 7 de “elige tu propia aventura”, en vez de la cinco.

En el instituto, la hora de gimnasia era por la tarde. Luego de terminar el turno de la mañana, teníamos una hora y media de descanso antes de tener que acudir al gimnasio.

Siempre fui gordito, y sinceramente, detestaba esa clase. No porque me costara, si no por las constantes burlas de mis compañeros, que el monitor no paraba. Casi diría que lo alentaba. Aún hoy en día, es un recuerdo doloroso.

Una mente poco despierta podrá pensar que el hostigamiento al que me veía expuesto debería haber tenido un efecto erótico en mí. Sería equivocarse y no entender la diferencia entre el consentimiento y la falta de el, entre la creación de la realidad mediante una convención acordada y la agresión gratuita.

A quienes no nos valía la pena el viaje a casa, pues nos consumía gran parte del tiempo que teníamos entre clases, nos quedábamos normalmente en los portales cercanos o en la cafetería del instituto.

Yo prefería estar solo, para evitar lo inevitable. Por ello, si el clima estaba bien, elegía la primera opción.

Entre quienes seguíamos esa misma rutina se encontraba Daniel, un chico que era compañero mío pero que tenía un año más. Había repetido el curso y tenía, digamos, mala fama. Había repetido el curso porque había faltado mucho y los días que iba a clase, se quedaba dormido mientras el profesor hablaba. Esto último le seguía pasando, aunque ya no faltaba tanto.

Yo era bastante inocente e influenciable en esos tiempos, por lo cual asumí como cierto lo que se decía y crié poco a poco un creciente prejuicio sobre él.

Visto a la distancia, incluso sin saber lo que sé ahora, la realidad era otra. No era un chico peligroso. De hecho, era más respetuoso que quienes le criticaban y no tenía real malicia. Siempre andaba solo y hablaba poco, salvo por algunos exabruptos durante la clase, que ahora entiendo eran más para llamar la atención que por otra cosa.

Pero como decía, yo era bastante prejuicioso. Bueno. Todavía lo soy, aunque mis prejuicios quizás hayan cambiado.

Por eso, el mediodía aquel que se me acercó, se me sentó a mi lado y comenzó a charlar conmigo, me puse de inmediato en alerta.

Luego de un par de frases y silencioso incómodos, se materializó en pocas palabras el motivo real por el cual se había acercado a mí:

- ¿Tú eres gay?

Lo negué con una vehemencia que esperaba que transformara un hecho incontestable. No fue por vergüenza, ni por autodesconocimiento, fue porque no quería darles más material a aquellos que se divertían a mis costas. Yo siempre tuve en claro quien era, pero también s...