Escrit per: Dohg
677 paraules
Luis nunca imaginó que aquella semana viviendo como “Max”, el perro de Tomás, sería el inicio de algo mucho más profundo. Pasó el tiempo, las bromas del grupo quedaban solo como anécdotas y videos en el chat, pero dentro de ambos había una nostalgia secreta por esa extraña conexión que surgió entre “dueño” y “mascota”—aunque ninguno estaba dispuesto a confesarlo.
El regreso de Luis (desde su perspectiva)
Un viernes cualquiera, Luis decidió escribirle a Tomás. Había sentido durante días la inquietud de regresar, pero ahora no bajo hipnosis. Quería ser Max otra vez, sin pretextos. La conversación fue más torpe de lo esperado; ambos soltaron risas nerviosas, hasta que Luis lo dijo directo:
—Tomás, ¿si llego mañana, tú… dejarías que Max vuelva por el fin de semana? Pero esta vez, yo lo elijo.
Tomás guardó silencio al otro lado del teléfono, y por un segundo Luis se asustó. Luego, Tomás respondió con voz suave:
—Si tú quieres… yo también extraño tener a Max en casa.
Luis apenas pudo dormir esa noche, dividido entre la vergüenza y una alegría adrenalínica.
Tomás (vista de Tomás)
Tomás nunca contó a nadie lo mucho que echó de menos los días con “Max”. Se acostumbró al ritual, y hasta hablaba solo al llegar a casa del trabajo, esperando ver la “cola” de su amigo agitándose alegremente. Acordó con Luis un sutil código: nadie debía saberlo, sería su pequeño secreto.
El primer sábado juntos sin hipnosis, Tomás se sintió raro… pero ver a Luis, sin trance alguno, poniéndose la pañoleta con una sonrisa cómplice, disolvió toda incomodidad. Pronto, la complicidad se hizo rutina. Cada fin de semana, Luis llegaba con una maleta pequeña, se transformaba en Max y disfrutaban juntos: paseos, juegos, y pequeñas bromas privadas.
A menudo, Tomás se encontraba viéndolo a los ojos con ternura, acariciándole la cabeza y preguntándose qué sentía exactamente. ¿Era extraña amistad, o algo más? Un día, a mitad de un paseo por el parque, Luis “olfateó” dramáticamente, tiró del brazo de Tomás y ambos cayeron al césped, muertos de risa. Al mirarse, Tomás notó la seriedad cariñosa en la mirada de Luis; sin palabras, sintió que algo había cambiado.
Max (desde la perspectiva del “perro”)
En este nuevo Max, no había trance—solo una libertad contagiante. Sentía el mundo más luminoso, los problemas de “Luis” parecían quedar fuera de la casa de Tomás. Era un juego, sí, pero también una forma nueva y secreta de confiar y jugar juntos.
Max se divertía memorizando trucos nuevos: abrir puertas, hacerse el dormido, “proteger la casa” de la abuela de Tomás (que los vio varias veces, pero pensó que solo estaban actuando para algún video viral). Max incluso diseñó su propio “currículum perruno”, dibujos absurdos que escondía en ...
Mi amigo Luis/Max 2 El regreso de Max
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