COMIENZA EL ADIESTRAMIENTO (II)

Sigo relatando mi adiestramiento como esclavo por orden de mi Amo. Si al alguien le molesta el scat, mejor que no lo lea.


Medio ciego por el contraste entre la oscuridad del interior del vehículo y la aún fuerte luz de la prolongada tarde veraniega, salí como mejor pude de ese gran maletero, reptando como un gran y gordo y peludo bebé sesentón sin ropa, hasta que pude notar con mis pies desnudos las piedrecillas con que se había hecho el camino donde la furgoneta había finalmente aparcado.

El joven Amo me miraba y pude comprobar, con íntima satisfacción, con tranquilizadora emoción, que este viejo cuerpo grasiento le agradaba al Dominante.

Ese había sido mi sueño: gustar al futuro Amo.
Ya sé que no tengo un físico que guste mayoritariamente. Pero hasta el más feo de los perros (de verdad) puede encontrar a un joven Amo que sienta ternura por su mascota.
Y creí notar que mi futuro Dueño sentía ese afecto, esa ternura, por el perraco abandonado que, parecía, acaba de adoptar y llevar a su casa.

Pero la ternura por un sumiso no es la misma que por un amante o amigo. Es y debe ser distinta. Muy distinta. Confundir los papeles es fatal para todos, incluido el Amo.

Afortunadamente, el joven Amo sabía bien su papel... y el mío.
Y lo demostró rápidamente.

Estaba aún en pie junto a la puerta posterior de la camioneta, incómodo porque no estaba acostumbrado a ir sin zapatos ni calcetines (el síndrome de las plantas de los pies de los pijos, que no soportan ni la arena gruesa de alguna playas naturales) y se me clavaba todo obligándome a estar sin parar de mover mis pies y mis piernas como en un estúpido baile.

El Amo interpretó que quizás me estaba meando. Lo que tampoco era falso: con el lío del fallo del ordenador no había tenido tiempo ni de ir al baño desde la comida...

Sin que tuviera tiempo yo de decir nada, el Amo me miró y me dijo: "Yo soy ahora tu Amo. De Usted y Amo. Pero tú no hablas si no te pregunto antes. Solo obedeces. Y disfruta. Que hace tiempo te sigo en "tuamo" y ya sé lo que te gusta."

Mientas hablaba llevaba algo en una de las manos pero no había podido verlo bien. Cuando se acercó lo reconocí y me empalmé de nuevo (con los nervios de la salida de la furgoneta se me había bajado). Era un collar de perro, de cuero negro, usado, de verdad, no de sexshop.

Y del collar salía una cadena de acero fuerte y larga y con ella me tiró para, como dijo, "Vamos al baño".

A unos pocos pasos, que me parecieron muchos por mis delicadas plantas de los pies que no soportaban las irregularidades del suelo, llegamos a una pared donde había una manguera con su grifo, y bajo ella, en el suelo de tierra, una alcantarilla de metal cubría solo en parte un gran desagüe.

"Ya hemos llegado", dijo.
Yo le miré, sin levantar mucho la vista, pero mostrando que no ...