Desde mis principios como máster XXXI

La mañana del miércoles fue intensa: Álvaro me pidió que lo acompañara en un par de entrevistas que había concertado con medios especializados, atendimos numerosas felicitaciones de diferentes entidades… Me aburrí como nunca, pero era parte del éxito. En el único minuto de descanso que tuve, escribí un mensaje a Javi. A mediodía volví a mi despacho.
- Fran, me voy a comer y ya no volveré. Esta tarde tengo que resolver un tema pendiente. El Sr. Álvarez ya está informado. Si hay algo importante, me llamas, confío en tu criterio.
- De acuerdo, Carlos.
Me entregó la bolsa del gimnasio y me fui directo al restaurante donde servían el mejor steak tartar de la ciudad, que regué con un copazo de vino de Toro reserva. Pasé por el centro comercial y compré una botella de Lagavulin 26 SR. Pedí a la dependienta que tirara la caja hortera y la pusiera en un estuche de regalo más acorde con el néctar que contenía. Cogí también unos botellines de cerveza. Subí a la planta de caballeros y escogí una corbata de seda de Ferragamo elegantísima. Después me acerqué a un sex-shop.
- Buenos días, busco algún tipo de máscara que cubra la cabeza pero deje los ojos, la nariz y la boca sin tapar.
El tío que atendía, bastante rijoso, me mostró diferentes modelos. Escogí el que me pareció más cómodo.
- Si dese puede probárselo.
Lo miré con tal desprecio que me dijo el precio, pagué en efectivo, lo metí en la bolsa que llevaba del centro comercial y no volví a oír su voz.
Al llegar al piso de la empresa, lo primero que hice fue desconectar las cámaras. No quería, por nada del mundo, que lo que iba a pasar allí pudiera ser visto por nadie. Puse las cervezas en el frigorífico, me desnudé, colgué la ropa en el armario, me pegué una ducha reconfortante y me tumbé en pelotas en la cama. Me dormí como un niño. A las cinco y media en punto, sonó el timbre. Me puse el bóxer negro y abrí la puerta.
- Buenas tardes, Fernández. ¡Qué puntualidad!
Me miraba con los ojos muy abiertos, intentando no hacerlo, con cierto reparo, algo derrotado. Dejé la puerta solo ajustada.
- Buenas tardes, señor Comas.
- Pasa, hombre, y cambia esa cara. Ahora eres un inspector famoso.
- Me han ascendido, pero no creo merecerlo.
Ahí le cayó el primer hostión de la tarde.
- Mira, Fernández, si hay alguien que merezca un ascenso en este país de corruptos y vendidos, eres tú. Reconócelo o te muelo a palos.
- Bueno, yo…
- Déjalo, esta tarde no tengo ganas de discutir.
Habíamos llegado al salón. Fernández miraba en derredor algo confuso. Me senté en la butaca con las patas bien abiertas para que disfrutara del bulto que marcaba mi semierección.
- Esto no es mi casa, Fernández. Es un piso de cortesía. Siéntate.
Le señalé el sofá. Se sentó en la punta, un tanto rígido, lanzando miradas furtivas a mi cuerpazo. Estaba más guapo...