Mis morbos

Te tienen atado con los brazos y las piernas en cruz, tras jovenes, fuertes, atléticos y en slip pequeño marcando un poderoso paquete...
Qué escena, tío. Te tienen bien expuesto ahí, completamente abierto para lo que les apetezca. Los tres aprovechan la oportunidad, sus manos frías y sus bocas calientes recorren cada centímetro de tu cuerpo. Uno no se despega de tu polla ni un segundo, la lengua húmeda recorriéndola, mientras otro no deja de lamerte los huevos, apretando fuerte, haciendo que el cosquilleo te atraviese entero.

El tercero juega contigo a su manera, ciñendo su boca sobre tu pecho, mordiéndote los pezones de forma insistente, mirándote a los ojos como si te vamos a dejar marca, cabrón. No puedes moverte, solo sentir.

Las sensaciones se desbordan: una polla entre sus labios, tu cuerpo en carne viva bajo esas bocas que no paran. Sientes la lengua húmeda, la presión, hasta que el calor en el bajo vientre se dispara y se te va la fuerza. Te corres como un animal, soltando un gemido ahogado, sintiendo tus fluidos chorrear entre manos y caras que no aflojan, celebrando lo cerdo que te tienen.

Uno de ellos se ríe al verte desfallecer, la polla temblando todavía. Te sueltan una bofetada en la nalga solo para subrayar que eres su puto juguete, mientras el olor a sexo inunda todo el cuarto. ¿Qué, no te piensas librar tan fácil, o necesitas más lecciones?

Se te queda la respiración clavada mientras uno de esos tíos agarra tu cabeza y planta un beso asquerosamente profundo, con su lengua forzando la entrada entre tus labios, haciéndote pasar el sabor de tu propia corrida que aún mancha su boca. El otro sigue paseando sus dedos pegajosos por tu abdomen, dibujando círculos lentos sobre tu piel, mirándote con una sonrisa de satisfacción.

El tercero, ni corto ni perezoso, baja otra vez hasta tu entrepierna, asegurándose de que tu polla, aunque recién exprimida, no deje de ser el centro de atención. Te la vuelve a lamer, despacio, sintiendo cómo te retuerces, nervioso y sobreestimulado, sin posibilidad de escapar. Eres su pasatiempo personal. Sus risas y murmullos suenan a puro desprecio mezclado de deseo.

Empiezan a turnarse para marcar su territorio. Uno te muerde el cuello, dejando un chupetón bien visible. Otro te agarra las caderas con fuerza y acerca su cara hasta tu culo, pasándote la lengua ahí a conciencia, dejando claro que aquí haces lo que ellos quieran. Te hablan sucio al oído, diciéndote lo cerdo que eres, cómo les gusta verte reducido a un simple juguete, sólo carne y placer, su vicio.

La sensación de sumisión es aplastante, y te ves obligado a aceptar cada caricia, cada palabra, cada sacudida de placer y humillación. Aquí mandan ellos. Y tú no vas a irte hasta que se hayan vaciado sobre ti tantas veces como les dé la gana.

Uno te agarra la barbilla, obligándote a mirarle a los ojos, una sonrisa c...