Primera leccion

Primera lección
Relato generado por IA a partir de una experiencia real
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Tenía 18 y acababa de largarme de casa, recién estrenada la libertad. Era bajito—uno sesenta y cinco pelados—pero con el cuerpo fibrado, de esos que se marcan aunque no pises el gimnasio, piel tirante, nervio en los músculos, pinta de chico inquieto y cara de crío peligroso. Aquella noche quería guerra, morbo y que se notara.

Antes de salir, me puse una camiseta ajustada que marcaba pecho y brazos, unos shorts cortos sin ropa interior y un baño de colonia, listo para que oliera a provocación desde el primer paso. Salí con el pulso acelerado, sabiéndome expuesto y sabiendo que eso me gustaba.

La cita era clara y sucia. El tipo del chat tenía casi sesenta. Cero vergüenza, pura frase bestial:

—Te destrozo, putito. Piensa bien lo que haces, que yo no tengo paciencia para niñatos blandos—.
—Dímelo a la cara —le respondí, notando cómo la sangre me hervía solo de imaginarlo.

Atocha, once de la noche. El corazón me latía en todas partes. Apenas pisé el andén lo localicé: alto, huesudo, gabardina vieja, esa energía de hombre sucio que lo acapara todo. Me escaneó de arriba abajo y se acercó como si no existiera nadie más en el mundo.

—¿Tú eres mi putita?

Asentí. Me agarró del pelo, me subió la cabeza y hundió la lengua hasta la garganta, mordiéndome el labio y resoplando. Noté su saliva colarse por la comisura antes de darme un escupitajo directo en la boca.

—Eso es, niñato. Vienes perfumado y la boca pronta. Solo eres basura y agujero, ¿lo entiendes?

Tenía los nervios a flor de piel, el olor a colonia pegándose al sudor que asomaba. Me agarró el culo con fuerza, apretando bien el short, pegándome a él como si me reclamase ante todo lo que había alrededor.
Me gruñó al oído:

—Sé un sitio discreto aquí cerca. Te voy a dejar marcado.

Andando detrás suya, apenas distinguía la acera. El pulso subido, la mente resumiéndolo todo en su mano en mi culo y el cosquilleo de no llevar nada bajo los shorts. Acabamos entre los setos húmedos, justo en el borde del barro.

—De rodillas, niñato. Al barro.

Me soltó dos bofetadas, rápidas, lo justo para devolverme al cuerpo. Volví a sentir su saliva en la frente y en la boca, obligándome a abrir y tragar, mezclando mi colonia con su olor fuerte y sudado.

—Así, tragador. Hueles limpio pero vas a acabar pringado de todo menos colonia...

Me puse de rodillas, notando la tierra pegajosa en las piernas. Se abrió la gabardina, sacó la polla, dura y venosa. Me golpeó la cara y la metió en mi boca de golpe, sin esperar ni un segundo para que me acostumbrara. Todo olía a sexo y prisa.

Me aferró la cabeza y empezó a metérmela hasta el fondo, fr...