Mi exalumno

Hacía calor, aunque estábamos a final de mayo, el verano parecía querer robarle su tiempo a la primavera. Decidí volver andando: había sido un día complicado en el instituto y no quería llegar a casa con nubarrones en la cabeza, que terminaba complicándome las cosas con mi mujer. En una calle peatonal del centro me fijé en un muchacho que venía de frente, ataviado solo con un bañador arena largo y ajustado, de los de competición, una camiseta blanca y unas chanclas. Aunque no pasaba del metro setenta y cinco, era la armonía hecha cuerpo. Cargaba una bolsa de deporte. Su cabello rubio enmarcaba una tez blanca, hermosa, iluminada por dos ojos verdes profundos que clavó en mí. Desvié la mirada para no afrentarlo: le llevaba diez años, por lo menos y, aunque sigo manteniendo un buen cuerpo gracias al gimnasio, siempre he temido convertirme en un viejo rijoso.
- ¡Caaaarlos!
Me quedé de piedra, pero enseguida deduje que debía de ser un exalumno. En estas ocasiones me siento fatal, porque ellos te recuerdan, y en mi caso siempre ha sido con cariño, y tú a ellos no, porque son muchos, porque cambian un montón desde que son adolescentes hasta que te reconocen un día hechos hombretones y mujeronas.
- ¡Hola!
- ¿No te acuerdas de mí? Soy Pep, del instituto de…
- ¿Pep? Hostia, Pep, sí, que tenías familia aragonesa.
- ¡El mismo!¡Qué ilusión verte!¡No sabes la de veces que he pensado en ti!¡Estás igual!
- ¡Ostras, muchas gracias! Bueno, pelo ya no tenía entonces, pero lo poco que había tenía menos canas. ¡Tú te has convertido en todo un hombre! ¿Cuánto tiempo hace?
- Ufff, pues unos quince años, yo estaba en cuarto de ESO, imagina.
- Bueno ¿y qué es de tu vida?
- Trabajo, acabé los estudios en la uni y me coloqué enseguida. Todo bien. ¡Hostia qué recuerdos! ¡Es que eras el profe ideal, ufff, nos marcaste a muchos!
- Bueno, hombre, es que el resto de profes eran muy carcas, yo me fui de allí en cuanto pude.
- Nono, que tú eras muy especial, explicabas de maravilla y sabías entendernos, y… bueno, y cuando te girabas para escribir en la pizarra, más de una se mojaba y a más de uno se le ponía dura, yo el primero, ¡¡¡jeje!!!
Disimulé mi azoramiento con una carcajada. La verdad es que cada año había alguna alumna que me tiraba los tejos descaradamente, pero siempre eran las de bachillerato y yo siempre sabía poner las cosas en su sitio. Hasta una vez un muchachote, al terminar el bachillerato me envió una nota con su teléfono ofreciéndome sexo porque “me pones mucho, profe”. Por supuesto no contesté, por vergüenza y porque no creo que esté bien.
- Bueno hombre, es que era el único joven…
- Joder, Carlos, que estabas muy bueno, y aquellos Liberto que llevabas te hacían un culo y te marcaban un paquete… ¡Anda que no me hice pajas a tu salud! Y no era el único. Joder, no te avergüences, coño, que es la v...