No dejé pasar mucho tiempo, a la semana siguiente ya estaba allí.

El local era fantástico, tenía una primera zona con la barra larga a la izquierda y a la derecha tenía mesitas también en línea con la barra.

Después había un giro a la izquierda y una segunda zona con más mesas, sillones y un billar.

Entre una zona y la otra había dos cortinillas de tiritas de metal dorado y entre medias un pasillo que llevaba al baño.

Podías situarte allí y mirar a los dos lados sin que te vea la gente, por lo que para una persona como yo era lo ideal para ser el primer bar gay que voy.

Me pido mi Dick con coca cola de siempre y, ¡oh!, no tienen Dyc, me hago el enfadado como siempre que no tienen Dyc en un bar, y buscan y encuentran un Dyc 12 años y me lo dan. Me voy con la copa al lugar indicado entre las dos salas y allí estoy viendo el panorama.

A mí, mi amigo del que os he hablado, P, era un año mayor solo, pero tenía un cuerpo y una cabeza que parecía mayor. Y es que a mí en ese momento quien cumplía todos los requisitos eran las personas mayores que yo de 15 a 20 años y por supuesto que estuviesen gorditos.

Cuando veo jugando al billar un gordote que me hacía suspirar, y pensando en cómo le podía entrar, de repente, al lado contrario... LO VI.

¡Madre mía, que pedazo hombre tenía delante! Era él, mi queridísimo por siempre Santi.

Iba con traje y corbata porque venia del trabajo a esas horas, era cajero del bar de un gran Hotel en Madrid. Gu-a-po no, lo siguiente. Tenía 38 años (16 años más que yo), 1,70 de altura y 125 kg que le hacían tener una buena barriga y unas tetas de macho preciosas y carnosas, era rubito de ojos de un azul precioso. Era... impresionante.

Me olvide del gordito del billar que luego resultó ser su mejor amigo.

En ese momento el Pub no existía, sólo él y yo, y tenía que pensar rápido cómo entrarle, porque justo en ese momento él estaba de pie. No le vi al pasar porque las mesitas de ese bar tenían sólo una luz, que era la de la vela encendida que había en la mesa.

Traspasé la cortinilla y como un memo le pedí si tenía fuego. Algo le tenía que decir y me salió eso, que es en el manual lo más básico del buen cazador, pero salió bien.

Estaba sentado con el Sr. García, que era un viejecito adorable, el dueño del local, y con el relaciones públicas de allí, un señor delgado rubito, también un cielo.

A los 10 minutos ya estaba yo sentado con ellos. Recuerdo que les pedí si podían apagar la vela. Así hacían siempre que yo me sentaba hasta que a mí se me pasó la tontería. Me acogieron muy bien y lo más importante, Santi y yo empezábamos a conocernos.

En todo ese rato no me acordaba de P. Había llegado a ese bar por casualidad, pero porque él se fue de su año sabático. Si no, no habría conoci...