Escrito por: MADUROPREGUNTAME
1282 palabras
Hablar del sadismo —el placer de infligir dolor, humillación o control sobre otro— no es solo abordar una parafilia ni una práctica sexual dentro del BDSM. Es abrir la puerta a una dimensión oscura del deseo, en donde se entrelazan la historia personal, el modelo de género, las estructuras de poder y, en muchos casos, la huella traumática de la infancia.
El psicoanálisis, en especial desde Freud (Tres ensayos para una teoría sexual, 1905), entiende el sadismo como una perversión primaria ligada a la pulsión de muerte y a la necesidad de dominar al otro como objeto. Pero no todo sádico clínico es un agresor ni todo agresor es un sádico sexual. Es más complejo.
Según Wilhelm Reich, discípulo disidente de Freud, el sadismo no se explica solo por pulsiones sexuales, sino por una represión emocional crónica en la infancia. En su obra La función del orgasmo (1942), analiza cómo muchos hombres rígidamente educados en entornos autoritarios terminan erotizando el control y proyectando su dolor infantil en prácticas dominantes.
"El sádico es un masoquista desviado: castiga afuera lo que no soporta sentir dentro." — W. Reic
Desde una lectura contemporánea, el sádico muchas veces no nace, se construye: es el niño que aprendió que solo dominando era visible, que nunca pudo llorar, que recibió indiferencia o castigos fríos como forma de amor. Este tipo de herida emocional se convierte en deseo de control, pero no por fortaleza, sino por miedo al abandono. El dominio aparece como escudo frente a la vulnerabilidad.
El psiquiatra Donald Winnicott lo sugiere de forma indirecta en su teoría del “falso self”: algunas personas construyen una coraza de dureza emocional para proteger a un yo real que quedó dañado. El sádico, desde esta óptica, no es fuerte sino frágil blindado.
El sadismo, cuando se cruza con la masculinidad tradicional, se convierte muchas veces en una herramienta del poder patriarcal erotizado. En sociedades donde a los hombres se les enseña a no sentir, a dominar, a poseer, el control se convierte en lenguaje de género. Y cuando eso se sexualiza, aparece la figura del “dominante” como modelo de virilidad.
Pierre Bourdieu, en La dominación masculina (1998), afirma que el deseo masculino ha sido históricamente configurado desde la lógica de la conquista, la superioridad y el uso instrumental del cuerpo de la mujer. Esto no significa que todos los sádicos sean agresores, pero sí que la cultura facilita y erotiza formas de sadismo simbólico como el desprecio, la humillación o el control emocional.
“La violencia simbólica no necesita del puño para doler: basta con la indiferencia.” — P. Bourdieu
El sadismo, en esta clave, se convierte en la forma sexy del dominio, y muchas veces es aceptado socialmente si se disfraza de virilidad, éxito o “carácter”.
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