Como iba diciendo, la vida seguía a nuestro alrededor esperando que nos volviéramos a juntar. Él venía a Madrid el 31 de agosto, por lo que no faltaban nada más que seis días.

Cogí el autobús para llegar a mi casa.

Pago el billete y cuando empiezo a andar detecto que había un señor casi al final del autobús que me estaba mirando acercarme.

Lo raro era que quien mirase al otro no fuese yo, porque os juro que el señor estaba para quitar el hipo.

Iba con una mochila por lo que supuse que venía de trabajar.

Era de pelo moreno con alguna cana, aparentaba 50 años. Sus ojos eran de un azul tirando a gris precioso, no había visto unos ojos así antes.

Su cuerpo, aunque no veía sus piernas para valorarlas, estaba sentado, era de 10. Gordito, con el pecho aún más ancho que mis amantes anteriores, de esos que quieres quitarle la camisa y empezar a besarlo.

La carita era preciosa, tenía carita de pan, como acabé detectando que también era eso lo que debe tener un gordito para gustarme.

Me digo para mí mismo... Topsecret, te lo estas imaginando porque no puedes tener tantísima suerte de que cuando sales de una orgia, justo te salga otro plan al volver a casa en bus. ¿A ver si esto existía antes y yo no me daba cuenta? Total, que vamos a ver si es verdad.

El autobús venía lleno por lo que, o me ponía cerca de él o le perdía de vista. Estaba dos filas más adelante de los últimos sitios, sentado en el lado de la ventana. Había junto a él una chica que no parecía que tuviese nada que ver con él, por lo que me metí en ese pasillo y me puse a su altura. Claro, ahí puesto tenía que procurar ser menos descarado, y él también.

Supongo que os habrá pasado mil veces, que entráis al autobús o metro y os gusta alguien mucho, lo miráis y ... finalmente se queda en nada, ¿verdad? Es lo que siempre pasa. Pues esto era distinto.

Yo me acababa de correr en el culete de Fulanito Lopez, bueno, hará media o una hora, pero gracias a la juventud que tenía me volví a empalmar. Dios, no sabía que eso fuera posible por ver alguien vestido en un autobús, pero el empalme era real como la vida misma.

El señor gordito y yo nos lanzábamos miradas disimulando un poco, porque estábamos muy cerca, pero él se fijó que tenía un bulto enorme bajo el pantalón.

Me miraba a través de la ventana y sonreía por el bulto que me había crecido. Imbécil de mí que como siempre me pasaba me puse colorado. El señor ya no sonreía, se reía a carcajadas, pero disimulando como si fuese por algo que había en la calle.

Yo tenía que bajarme ya, a la siguiente parada. Me fui acercando a la puerta, pero no paraba de mirarle y él a mí.

¿Sabéis esas miradas que te dicen “quiero follar contigo” sin decirlo? ¿Esas que surgen de repente sin saber cómo pones la cara y l...